Pero Madrid no se paró
miércoles 29 de septiembre de 2010, 21:03h
Ayer, además del día de San Miguel, parecía que se celebraba el día de “A ver qué me encuentro cuando salga a la calle por la mañana”. Era la frase más escuchada la tarde anterior cuando a uno le hacían la inevitable pregunta de si iba a acudir a trabajar el 29 de septiembre. La mayoría de los ciudadanos aseguraba tener intención de ir al trabajo, pero de lo que nadie tenía ganas era de vérselas con piquetes apostados a las puertas de sus oficinas, de sus bares o sus tiendas, o bien acosándoles a la hora de coger su habitual medio de transporte. En Madrid especialmente, porque los sindicatos ya habían asegurado que la capital se pararía, sí o sí.
La noche empezó calentita, desde la Puerta del Sol los líderes sindicales lanzaban sus últimas consignas a los presentes para que impidieran que quienes quisieran ejercer su derecho a trabajar pudieran hacerlo libremente y se temía lo peor. Después, a medida que pasaron las horas más conflictivas de la madrugada en lugares estratégicos como Mercamadrid o las cocheras de la EMT, la ciudad arrancaba a latir con su pulso más o menos habitual y, al final, cerraduras siliconadas aparte, la jornada, en cuanto a actividad laboral se refiere, salía perdiendo si se la comparaba, por ejemplo, con un caluroso día de mediados de agosto, de esos en los que hasta los abuelos pasan de cuidar a los nietos.
Circulaban los taxis, que incluso esperaban tranquilos, aunque es de suponer que con un ojo puesto en sus parabrisas, en las paradas de siempre. Los que se asomaban al Metro con prevención, acababan sin demasiada dilación por subirse al tren buscado y quienes cogieron el coche encontraron menos tráfico, porque muchos se habían organizado con otros compañeros para acudir juntos y no sacar todos los automóviles a la calle. Y, por supuesto, se cumplió religiosamente con el reloj del parquímetro, porque ayer los temibles controladores paseaban, igual que cualquier otro día, por las céntricas calles de la capital con la vista puesta en los tickets a los que se les había pasado la hora y ponían las correspondientes multas, también como cualquier día. Costó más, es verdad, conseguir los periódicos, pero a quienes se acercaban al bar a tomar su desayuno de todos los días, servido por el camarero de siempre, tampoco les importaba mucho, porque la tertulia en la barra estaba asegurada con el asunto de la huelga general que, por supuesto, se colocó en el puesto número 1 de los asuntos más comentados en Twitter y Facebook.
Sólo en los polígonos industriales el pulso era claramente arrítmico, también en los grandes centros hospitalarios donde los trabajadores, pacientes y familiares preferían no utilizar las entradas principales para evitar las “informaciones” de los piquetes. En Telemadrid, una pantalla fija anunciaba que la huelga impedía la emisión de la programación prevista. Y las basuras sin recoger recordaban a quien se iba olvidando poco a poco de la “especialidad” del día, que era mejor esperar a hoy para sacar los desperdicios, porque los cubos llenos desde la noche anterior empezaban a rebosar peligrosamente.
Y el día acabó con calles cortadas, vaya novedad en Madrid, para que la manifestación convocada por los sindicatos como fin de fiesta llegara a la Puerta del Sol, terminando la comentadísima e inútil jornada de huelga general en el mismo lugar en el que empezó. Todo un día perdido que no valía más que para justificar la vida de los cada vez más contestados sindicatos al módico precio de 2.739 millones de euros, lujo a todas luces excesivo para los tiempos que corren y sin ninguna expectativa seria de conseguir algo. A estas alturas, y más en un periodo de crisis que ha obligado al Gobierno español a tomar las medidas que al principio negaba necesitar, una huelga general produce la misma sensación de incredulidad que cuando se secuestra un avión. Los secuestradores, a no ser que sean de esos que sólo buscan utilizar la aeronave como arma de destrucción, nunca consiguen nada. Y si se estrellan, perdemos todos. El sentido común no desaconseja protestar, pero ¿no podía haberse hecho oír ese “clamor del pueblo trabajador” únicamente durante la manifestación convocada a la hora en que se termina la jornada laboral?
Escritora
ALICIA HUERTA es escritora, abogado y pintora
|
|