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¿Otro crimen machista?

José María Herrera
lunes 11 de octubre de 2010, 18:23h
Jueves siete de octubre. Un grupo de personas, no muchas, se reúne en la plaza de la Constitución de Málaga para guardar un minuto de silencio. Protestan por la muerte de una anciana octogenaria a manos de su esposo. Aunque el hecho sucedió ayer, parece que aún no han digerido la noticia. En la iracunda rigidez de sus rostros se advierte la perplejidad del que conoce las calamidades de la vida sin llegar a comprenderlas. A pesar del dolor, el silencio no es completo. Hablan las pancartas. El lema de la concentración dice lo que nadie dice: “otra mujer víctima de la violencia de género”. Al concluir el acto, la presidenta de la plataforma “Violencia Cero” pronuncia un breve discurso para recordar la necesidad de tomar conciencia de este horrible problema social. Luego todos a casa, con el alma tranquila, con la satisfacción del deber cumplido.

La prensa malagueña aclara el viernes los hechos. Durante la mañana del miércoles, entre las nueve y las once, aprovechando la ausencia de la trabajadora social que atendía a la familia –un matrimonio octogenario condenado a vivir en su domicilio, ella por culpa de una enfermedad que la mantenía postrada en el lecho desde hacía años, él debido a una rotura de cadera-, el homicida asfixió a su esposa con una almohada y luego intentó suicidarse, sin éxito. Los vecinos no daban crédito a lo sucedido. Jamás antes había tenido el agresor una conducta que permitiera augurar semejante comportamiento. Los tribunales lo confirman al comunicar que la víctima nunca denunció a su esposo por malos tratos. El hecho de que éste haya sido internado en la unidad de psiquiatría del Hospital clínico podría hacer pensar en un trastorno mental pasajero, pero el comentario que hizo a la cuidadora cuando descubrió el desaguisado prueba que en ningún momento perdió la compostura. “Hemos decidido no vivir más, esto no es vida”. Los ciudadanos verdaderamente concienciados con el horrible problema social de la violencia de género no reparan en la conjugación del verbo. Para ellos no cabe ninguna duda sobre lo ocurrido. Por eso se reúnen y guardan minutos de silencio. Saben que el machismo es una cosa malísima, un virus social que desgasta las entrañas de los varones, descompone sus mentes como una posesión diabólica y los convierte de un día para otro en monstruos feroces.

Las palabras del asesino, ese plural insidioso, no han despertado la atención de nadie, mucho menos, desde luego, que el discurso de la presidenta de la plataforma Violencia Cero. ¿Por qué tomar en consideración los comentarios de un asesino? Es evidente que cuando un octogenario impedido que acaba de matar a su mujer dice: “hemos decidido no vivir más, esto no es vida”, se está buscando una coartada para no ir a la cárcel y, sobre todo, para evitar la ignominia de ser considerado un machista, un maltratador de mujeres. ¿Quién va a tropezar en semejante trampa?, ¿acaso podría querer morir la víctima, una mujer anciana, enferma, condenada desde hace años a vivir sobre un colchón? Por otro lado: ¿creen ustedes que existe en el mundo una pareja lo suficientemente enajenada como para que se le pase por la cabeza quitarse de en medio juntos, igual que vivieron? Esto es de lo más absurdo, una extravagancia inconcebible, sobre todo ahora que hay tele y que han sustituido los toboganes de los parques públicos por máquinas que ayudan a conservar la elasticidad y la musculatura.

Mientras escribo esto, alguien en una oficina probablemente añade un nuevo apunte a la carpeta “violencia de género”. Hay que actualizar las estadísticas. Las estadísticas recogen la verdad de la vida. Debemos saber qué ocurre en el mundo para mejorarlo. Afortunadamente no son tantas las situaciones en las que el ciudadano comprometido tiene que demostrar su indignación por las cosas que pasan. Quizás dentro de unas semanas algún enfermo terminal pida la eutanasia y haya que salir otra vez a la calle para dar la cara por esos derechos que nos arrebata la ley apelando a supercherías religiosas y viejos prejuicios morales. También ese día la preocupación se hará visible en los rostros, también habrá un minuto de silencio y también regresarán los afligidos a sus casas con la conciencia tranquila, satisfechos del deber cumplido. Bienaventurados los pobres de espíritu.
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