Madrid peatonal, ni en sueños
miércoles 03 de noviembre de 2010, 21:08h
Para algunos habitantes del centro de la capital, las actuales restricciones de uso del vehículo particular todavía no son suficientes. Anhelan, en contra, por supuesto, de los deseos y las necesidades de la mayoría de los comerciantes, que arterias fundamentales como la calle Mayor estén libres por completo de tráfico. Con ese fanatismo que caracteriza también a los exfumadores reconvertidos en caza humos a tiempo completo, puede que quizás imaginen una pasarela aeroespacial que deposite con mimo los coches en cada una de las plazas de los parking, privados o de residentes, que existen en el agujereado subsuelo de la capital. Sin embargo, no son estos pequeños detalles meramente prácticos los que extrañan a la hora de considerar el sueño de esos paseantes. En realidad, los sueños de cada cual son muy libres, mucho más que el pensamiento, y en su irracionalidad radica precisamente el encanto del deseo.
Lo que llama poderosamente la atención de estas reclamaciones es que a ninguno de ellos parezca molestarle esos medios de transporte “alternativos” que el ingenio y la codicia han ido alumbrando en los últimos tiempos. Al primer aparato al que le dio por surcar nuestras adoquinadas e irregulares calles del centro fue al invento denominado Segway, un vehículo de transporte ligero, giroscópico y eléctrico, de dos ruedas, con autobalanceo controlado por ordenador, y cuya empresa fabricante fue adquirida por el millonario británico Heselden, nueve meses antes de fallecer mientras probaba uno de estos transportadores unipersonales de los que ya se cuestiona su seguridad para quien los maneja y, claro está, para quien tiene la osadía de pasar junto a ellos. Lo cierto es que, a costa de tropezarse con grupos de Segways que tambaleantes comparten el espacio del peatón, el madrileño, curado ya de tantos espantos, parece resignado a que los turistas le adelanten, levitando igual que en una escena sacada de una serie japonesa de dibujos animados.
Pero, al menos, el Segway se mueve con sigilo y deja en paz a los decibelios de ciudad, que siempre son demasiados. Consideración que no tiene, por ejemplo, el más novedoso de los artefactos imitación de los que podrían aparecer en una cinta casera de ciencia ficción. El mismo consiste en un diminuto descapotable amarillo con dos plazas, que recuerda también a los coches de choque de las verbenas y que es libre de petardear por las calles, al tiempo que grita en el idioma elegido para informar al turista de las bondades de los lugares por los que pasa, mientras sortea a los demonizados coches de toda la vida, poniendo en peligro a los caminantes así como a los turistas, también de toda la vida, esos que siguen encontrando en la desgastada suela de sus zapatillas el encanto de conocer una ciudad nueva.
¿Qué será lo próximo? ¿Veremos, quizás, estilizados helicópteros sobrevolar los desgastados tejadillos de la ciudad emulando el puntiagudo skyline de Manhattan? ¿Llegarán a partir de ahora los turistas en suaves bandadas, descendiendo en paracaídas sobre la Plaza de la Villa? Sí, mucho peor sería que Madrid continuara siendo aquella ciudad desconocida que tan poco interés despertaba en los turistas que en España buscaban sólo una cultura, la del exceso de sol y de copas. Sería peor, es verdad, que en los últimos años no se hubiera devuelto a la ciudad ese encanto que se escondía gris, resistiéndose a abandonar su anonimato, perdida entre mesetas, lejana de mapas y guías de viaje. Sin rumbo y sin itinerario. Pero que a nadie se le llene la boca al asegurar que Madrid es peatonal, sólo porque se prohíba a los clásicos automóviles particulares circular por las calles del centro de la ciudad.
Escritora
ALICIA HUERTA es escritora, abogado y pintora
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