Juan de diecisiete años alcanzó el más alto puntaje para ingresar a una de las universidades conocidas como las grandes ligas –Harvard, Yale, Stanford, MIT-. La puntuación lo hizo beneficiario de varias becas y distinciones el día de su graduación.
Pero el gozo se fue al pozo: Juan era nacido en México y no tenía “papeles” para acreditar su ciudadanía o por lo menos, su residencia legal.
Juan llegó a Grand Rapids en el oeste de Michigan cuando sólo tenía dos años. Sus padres, por carecer de documentación migratoria, nunca más regresaron a su natal Veracruz. Antes de cumplir los diez años, su padre murió en un accidente en la obra donde trabajaba como “rufero” –colocador de techos- y su madre, desde el restaurant donde trabajaba lo empujó para salir adelante y cumplir con la escuela básica y media.
Al igual que Juan, conocí en los Estados Unidos a muchos otros jovencitos inmigrantes que fueron ingresados a ese país por sus padres, sin tomarles parecer a ellos y que, ven a Norteamerica como su país: conocen al dedido sus tradiciones, hablan académicamente bien el Inglés, algunos están interesados en servir a sus fuerzas armadas y de su país de origen –en su mayoría latinomaerica-, solo tienen referencias por el uso del idioma o las fotografías y conversaciones sobre sus abuelos, primos o tíos.
Aspirar a la educación superior es la diferencia a ingresar a la clase media y eventualmente a responsabilidades sociales -como la política-, o ser toda la vida un trabajador dependiente del subsidio federal: el welfare de los cupones y las despensas; la vivienda promiscua y los suburbios violentos. Servir en las fuerzas armadas, la posibilidad de obtener una educación complementaria, una pensión vitalicia y sobre todo, becas totales para continuar sus estudios. Muchos norteamericanos utilizan este procedimiento para acceder a las mejores universidades sin cubrir cuotas que sus padres nunca podrían pagar.
Son más de ochocientos mil los jóvenes inmigrantes que ni pueden ir a la prepa ni pueden matricularse en las fuerzas armadas.
Pues el sábado pasado, después de más de diez años de gestión de multiples organizaciones sociales, la propuesta legislativa que les daría la opción a regularizarse a todos esos ninis, fue vetada por segunda ocasión en este año en el Senado Norteamericano.
Y eso que la nación líder requiere jóvenes inmigrantes para cubrir el sistema de pensiones; y eso que ese país requiere jóvenes que tomen las armas y vayan por el mundo defendiendo la democracia y el mercado interno. Pero sobre todo, la incongruencia mayor: muchos de los senadores que vetaron el proyecto se dicen creyentes en Dios… y que todos los hombres somos iguales… pero para ellos, estos jóvenes ninis, no lo son.
*ExConsul de México en Estados Unidos. Comentarios:
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