¿Titanic Sarkozy?
lunes 28 de febrero de 2011, 12:54h
Se rumorea que Alain Juppé, el flamante ministro francés de Exteriores, dudó mucho en aceptar la oferta que el presidente Sarkozy le hizo en septiembre de volver al gobierno. “Ahora no estás en condiciones de ser reelegido. No quiero embarcar en el Titanic” le habría dicho el alcalde de Burdeos quien, en su blog en 2009, había escrito que jamás volvería al gobierno mientras fuera alcalde. Pero como en la política francesa – inspirada supongo de la moral italiana – los compromisos sólo comprometen a los que se lo creen, Juppé no rechazó al final de noviembre volver al gobierno como ministro de Defensa y cumular ministerio y ayuntamiento (según él, la gestión de un municipio como Burdeos – 400 000 habitantes – se puede hacer a través del teléfono y no lleva más que una tarde).
Desde el domingo pasado, se ha convertido en el salvavidas de la diplomacia francesa después de que su predecesora, Michèle Alliot-Marie, se haya hundido en una polémica donde lo ridículo lo disputó a lo patético.
Michèle Alliot-Marie, primera mujer en ocupar el cargo de ministro de Defensa (2002-2007), fue también la primera en ser ministra del Interior (2007-2009) y primera canciller francesa (unos tres meses). Esta impecable carrera se ha estrallado en los remolinos de las revueltas árabes y la falta de lucidez de una ministra que se fue a pasar sus vacaciones en Tunéz en plena revolución. El presidente Sarkozy se ha mostrado poco elegante a la hora de cesarla. Ni la ha nombrado en la alocución en la cual anunciaba su crisis de gobierno. Y sin embargo ¿de quién es la culpa? De la ministra sin duda por haber faltado al sentido común. La única excusa que se le puede encontrar es que ha vivido como viven sus colegas ministros: amigos de sus amigos, amigos de los hombres oscuros que favorecen las relaciones entre los países, intermediarios que se ofrecen para fomentar sus negocios. La porosidad entre los intereses privados y públicos ha llegado a tal extremo que ya no existen los últimos sino sólo los primeros. Estado débil, mundo globalizado, empresas potentes, dirigentes que migran de los gobiernos a los consejos de administración: no hay nada extraño en el crecimiento del incesto público-privado.
La falta política también corresponde al presidente Sarkozy y a los males ya estructurales de la vida pública francesa. La “omnipotencia” del presidente que deriva de la constitución de la Vª República. Desde 2007, el gobierno francés es ninguneado por la presidencia de la República. La remodelación del pasado noviembre ha sido un baile de sillas musicales. La propia carrera de Michèle Alliot-Marie es un ejemplo de la capacidad “todo terreno” que se otorgan nuestros políticos. Pero en materia de defensa, de asuntos exteriores, de hacienda, como en otros, se supone que la competencia no se echa de menos. El nuevo titular de Defensa, Gérard Longuet, es conocido sobre todo por su poco conocimiento del tema y su gran deseo de volver al gobierno tras diecisiete años.
Una rápida comparación con otros países europeos nos enseña que la inestabilidad gubernamental francesa es ya una característica dentro de Europa. En los quince últimos años, Francia ha tenido 10 ministros de Hacienda, Gran Bretaña 4, España 4 y Alemania 5. El país galo ha usado 8 ministros de Educación y 7 de justica, cuando Alemania solo se ha gastado 4 titulares en cada uno de estos departamentos. En Asuntos Exteriores, Francia ha tenido 7 ministros desde el año 2000, frente a los 4 de España, los 3 de Alemania y los 4 de Inglaterra.
El desgaste ministerial supone una administración a la deriva. El ministro no es sólo una figura política, es el jefe de una administración. Y si uno quiere que el Estado sea eficiente, necesita dirigir con fuerza su administración, sobre todo en Francia donde el peso del Estado es exagerado y aplastante. Pero cuando el ministro se convierte únicamente en una pieza política del gran ajedrez electoral, un país se va a pique.
Nicolas Sarkozy ganó las elecciones presidenciales porque propuso a los franceses un programa de gobierno y de acción en clara ruptura con el inmovilismo de Chirac. Pero esta promesa no era más que viento y se está desvaneciendo en un gobierno agónico e inútil. Hasta puede llegar a ser peligroso cuando intenta recuperar fuerza lanzando debates sin preparación y con demagogía sobre la identidad nacional o sobre la presencia del Islam en Francia.
Puede ser que Juppé llevará razón comparando el final de Sarkozy a la historia del Titanic. Lo más lamentable no es que Juppé haga alarde de su insaciable ambición de volver a gobernar, sino que un país entero esté sufriendo las consecuencias de una mala gestión de los asuntos públicos y una pérdida del sentido del Estado.