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Y de nuevo el terror político en escena

José Eugenio Soriano García
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josesorianoelimparciales/11/11/23
miércoles 25 de mayo de 2011, 13:49h
En las elecciones del 31 de julio de 1931, los nazis consiguieron trece millones 700 mil votos y 230 escaños en el Reichstag. En las elecciones del 5 de marzo de 1933, los nazis lograron 17 millones de votos. Con ello liquidaban la República de Weimar que, sin embargo, nunca fue disuelta oficialmente por el nuevo régimen.

Y la liquidaban democráticamente. Porque Democracia no supone sin más Estado de Derecho. Y una Democracia sin Estado de Derecho es el puro asambleísmo radical, muy propio de cualquier revolución, pero por completo alejado de la pacífica, fría y previsible actuación en seguridad cotidiana de que si te despiertan llamando a la puerta a las seis de la mañana… es el lechero, en expresión política británica. La Democracia sin Estado de Derecho es, exactamente, un puro Movimiento, que todo lo arrastra en una avulsión que arrambla destrozando precisamente los derechos de quienes no se muevan con esa pura fuerza.

La naturaleza totalitaria del partido nazi fue uno de sus principales postulados. Los nazis sostenían que absolutamente todos los grandes logros en el pasado de la nación alemana se asociaban con los ideales del nacional-socialismo, incluso antes de que la ideología oficial existiera, mientras que todas las creaciones culturales como la literatura, la música, la pintura, la historia y las ciencias exactas debían quedar sujetas a la censura del Partido Nazi, quien dictaba lo que todo alemán debía aceptar y creer, controlando cada aspecto de la vida de la población alemana, incluyendo jóvenes y niños. A la vez, la propaganda nazi buscaba la consolidación de los ideales nazis y los éxitos del régimen del «líder» (tomado de WIKIPEDIA, usada como fuente común de la red para facilitar la comprobación por el lector).

La aparición de Bildu en escena, con la fuerte – fortísima – movilización de su gente y acompañantes, supone directamente que el terror se enseñoreará de nuevo, mucho nos tememos.

Quienes se han empeñado en que ETA puede ser negociada y acordada en buen contrato que termine con su historia, acogen una de las más extrañas hipótesis posibles. ETA no se ha entregado, ni se ha rendido, ni ha cedido su arsenal de armas. Conserva intacta su capacidad de dañar, de asesinar, de lesionar en fin, de utilizar las armas en contra de quienes quieran ser libres. Ahora, tras que sus cachorros están arriba dominando las Instituciones, se encuentra más fuerte y poderosa. Y en consecuencia, las fuerzas de partidos constitucionales, se encuentran mucho más debilitadas en lo que iba a ser, gracias a la Ley de Partidos, un fin ganador sobre el terror.

Basta para cualquiera pasearse por el norte de Navarra o en el interior de Guipúzcoa, y a veces – no pocas- en otras zonas del País Vasco, para comprobar de inmediato que no se puede hablar, no se puede expresar, no se puede decir nada que cuestione a quienes coaccionan y mandan callar y obedecer. No hay la menor resistencia ciudadana, la menor libertad. Todo hay que hacerlo con cuidado, no se puede hablar de muchos temas, y desde luego, ante las noticias, mirar a otro lado es siempre aconsejable y lo más prudente. Prudencia que aquí no tiene nada que ver con la virtud del “Vir Prudens” en Derecho Romano, sino, directamente, con el miedo. Es el temor el que ahí hace “prudente”, esto es, alguien ciego, sordo, y sobre todo mudo. Alguien sin personalidad, sin capacidad, sin deseos propios sino impuestos.

Nada que ver, absolutamente nada, con la libertad.

Me confieso que estoy entre quienes no han entendido el papel del Lendakari López y su órbita en toda esta situación. Parece, - quizás me equivoque porque no soy capaz de intuir, siquiera intuir, de donde sale tanta estolidez – que el cálculo que tenían era que disminuirían los votos del PNV. Supongo, digo, por querer dar alguna racionalidad a semejante despropósito, aunque sea con la perversa tesis de cambiar votos por la sangre y libertad. Pero es que ni eso. Ni eso ha conseguido quienes están en Lakua. Por supuesto, también, obedecer a La Moncloa, donde el “Gran Estratega” tiene previsto un fin simpático de la banda, gracias a sus dotes negociadoras y persuasivas, que tan están a la vista.

La presión sobre quienes tenían que decidir jurídicamente - partiendo de que algunos ya claramente se alineaban ideológicamente con la tesis de que el Gobierno logrará un acuerdo que traerá una paz infinita mediante la pura negociación que había que potenciar y en todo caso obedecer a su mandato - ha supuesto el final de la Ley de Partidos. Era ese texto, apoyado por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, un instrumento precioso para preservar tanto la libertad como el Estado de Derecho, que son presupuestos imprescindibles para que a su vez actúe la Democracia. Sin libertad, imposible ir a votar. Sin libertad, imposible pensar. Cuando una mordaza y un antifaz te obligan a ir con orejeras para no mirar, no hablar, no saber, lo de Democracia es una broma de muy mal gusto.

La única tesis que me parece aplicable es que el Gobierno y su Presidente, inasequibles a la realidad, hayan querido pensar que ellos, precisamente, lograrían que ETA acabara bien su historia mediante un acuerdo final que suscribirían conjuntamente. Y que así, al traer la paz, que con ansia infinita tiene el, todavía, Presidente, se conseguiría un maná de votos. Porque les votarían quienes dejarían de tener miedo (¿?), ya que al parecer el miedo y el pánico desaparecerían y el temor, terror y pavor, dejarían paso a una sólida y solvente personalidad de todos y cada uno de los ciudadanos, completamente libres, al parecer, a partir de ese mágico momento. Porque ETA, ya convertida en un corro de monaguillos, o si se quiere, de pícaros o picarillos que apenas dan monjiles pellizcos y poco más, no amenazaría, no coaccionaría, no. Daría alguna pastoral que otra, como mucho, amonestando y exhortando a sus fieles a seguir, todos juntos, la dorada senda de Euskaherría con las manos en los bolsillos, en los que solo habría caramelos.

Y el Gobierno, a cambio de tanta paz, da tanta armonía y concordia, en fin, casi de amistad, podríamos decir, se conformaría con ganar las elecciones casi de por vida. Lo que nadie ha hecho, lo ha hecho él. Mejor, “ÉL”. El único. El Supremo.

Mientras, el estratega López ve como su poltrona se tambalea. El Fouché Apoyador del Supremo, acaba siendo un despistado que no sabría ni que votar si tuviera que decidir sobre la ejecución de Luis XVI y al final lo haría como mejor le conviniese: por pura marrullería e interés personal. Y, a lo suyo, Bildu se enseñorea de las instituciones y por tanto del conocimiento de los ciudadanos, de sus datos, nombres, medios… Como el aprendiz de brujo que escribió Johann Wolfgang Goethe en 1797, las fuerzas del mal se juntan… para hacer el mal.

Si no me equivoco, a eso hemos subordinado todo lo que teníamos ganado. Si no es así, que se explique. El Tribunal Supremo fijó los hechos. Luego el Constitucional en una supercasación, o mejor, super apelación porque entró en los hechos como si fuera un Tribunal de Primera Instancia, dio, en una Sentencia perfectamente previsible y que estaba cantada en sus componentes y resultados, la decisión final que efectivamente se quería adoptar. Puro decisionismo a lo Carl Schmitt. Esa es la única valoración posible de una Sentencia preparada con antelación, que en apenas dos días debería haber tenido que examinar miles de folios y desde luego contenerse de corregir aquello que no le corresponde.

Ahora, ya están dentro. Veremos si de inmediato ya comienzan a acobardar, a coaccionar, a amedrentar. Lo veremos pronto.

Ojalá me equivoque.

José Eugenio Soriano García

Catedrático de Derecho Administrativo

JOSÉ EUGENIO SORIANO GARCÍA. Catedrático de Derecho Administrativo. Ex Vocal del Tribunal de Defensa de la Competencia. Autor de libros jurídicos.

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