TRIBUNA
Suárez, Franco y la RAH
martes 07 de junio de 2011, 08:26h
El “Diccionario Biográfico Español”, publicado por la Real Academia de la Historia, ha provocado un considerable escándalo por su artículo sobre “Francisco Franco Bahamonde”, escrito por el académico Luis Suárez Fernández.
Suárez se refiere a Franco señalando que “montó un régimen autoritario, pero no totalitario”. En mi opinión, lo inaceptable de ese artículo reside en su intención exculpatoria del régimen franquista, una operación parecida al revisionismo historiográfico, que tuvo algún relieve (mediático) en Alemania con la figura de Hitler.
Franco intentó montar un régimen totalitario durante sus primeros años de dictadura, aquellos que coincidieron con la dominación hitleriana de Europa. En la red figura una película de un discurso de Franco en el que éste afirma que el Estado español “será totalitario y corporativo”. La intención totalitaria, secundada por la facción falangista de su Régimen, fue remitiendo a partir de 1942, desde el momento en que los Estados Unidos entraron en la guerra, y los británicos y los soviéticos derrotaron a los alemanes en El Alamein y en Stalingrado, respectivamente.
Después de esa fecha, la dictadura de Franco se adaptó a las democracias vencedoras, perdiendo así sus rasgos totalitarios, aunque sus estructuras dictatoriales siguieron en vigor. Todos los poderes del Estado fueron ejercidos por el “generalísimo” hasta su muerte. No hay más que leer lo grabado en las pesetas de la época: “Francisco Franco caudillo de España por la gracia de Dios”. Sólo la Iglesia Católica, como en el caso de la Italia de Mussolini después de su concordato, disponía en el franquismo de un poder autónomo, en la enseñanza, fundamentalmente. En todo lo demás, la Iglesia estaba subordinada al partido o movimiento (palabra de raíz fascista-italiana): los altos dignatarios eclesiásticos se encuadraron en las instituciones del Régimen del 18 de Julio, en las Cortes orgánicas o en el Consejo del Reino.
Estas precisiones, que la sociología y la historiografía actuales han dejado claras, no tuvieron cabida en el escrito de Luis Suárez Fernández. La Academia de la Historia debía haber tenido en cuenta las aportaciones de autores como Tussell, Preston, Moradiellos, Viñas, Juliá y otros muchos. Si no se quería encargar esa biografía a alguno de ellos, la Academia bien podría haberlo hecho con el pionero de los estudios sobre el totalitarismo y las dictaduras europeas del pasado siglo: Juan J. Linz, una autoridad mundial, español, profesor en Yale, y premio Príncipe de Asturias.
Luis Suárez Fernández no es un fascista y fue un notable medievalista. Quizá en la combinación de estas dos cualidades se encuentre la clave del error de la Academia al encargarle la biografía del dictador. Como medievalista, y especialista en la dinastía Trastámara, Suárez ha escrito alguno de los mejores libros de historia de aquella época. Pero, además de no saber nada de la naturaleza de las dictaduras contemporáneas, no tenía interés para cambiar sus convicciones (o sus prejuicios) sobre el franquismo. Suárez Fernández no fue un fascista, en la acepción falangista que ha denunciado Santiago Carrillo. Fue un franquista, un autoritario que se identificaba con las políticas de Carrero Blanco y de los tecnócratas de aquellos años, en los que él fue nombrado alto cargo en el ministerio de Educación Nacional. Sin embargo, Suárez Fernández apoyó a Julio Valdeón -claramente en la Oposición al Régimen-, un medievalista marxista que le sucedió en la cátedra de la Universidad de Valladolid. Esa contradictoria actitud intelectual podría explicarse (como en otros conocidos casos de magisterio docente) por el nulo aprecio a la cultura liberal y a los Estados organizados con sus principios. El profesor Suárez explicaba que la monarquía de Fernando el Católico (el modelo de príncipe para Maquiavelo) podía definirse como “monarquía autoritaria”, lo que significaba un poder moderno y legal frente al feudalismo y a las guerras civiles de la nobleza. El problema estuvo en que Suárez, el ciudadano del Estado constitucional de 1978, pensase que la autoridad del régimen de Franco no era distinta que la de los tiempos de los Trastámara. Con sus prejuicios, Suárez ha enturbiado la calidad del “Diccionario Biográfico Español”. Esa biografía es propia de las plumas de esos escritores que venden con gran éxito en los supermercados obras sobre el franquismo, que son copias de los libros de Joaquín Arrarás, el historiador oficial del fascismo español (fue el que publicó falsificadas las memorias de Azaña). La Academia de la Historia tendrá que corregir ese increíble error.