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Errores y polémica en la RAH

viernes 10 de junio de 2011, 02:48h
La presentación de los 25 primeros tomos del Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia (RAH), se ha visto envuelta en una fuerte polémica a raíz del dudoso rigor científico de algunas de sus entradas. Resulta difícil entender porqué una institución de tanto prestigio no ha sido más cuidadosa a la hora de encargar ciertas voces, en especial las que se prestan a mayor controversia. La objetividad es un horizonte difícil de alcanzar en cualquier disciplina, pero hay que procurar tender hacia él. Y la primera vacuna ante el sesgo partidista consiste en impartir unas instrucciones sencillas al respecto. En este sentido, un diccionario no es una obra de interpretación. Debe ser una obra de referencia, aséptica y con más datos concretos que adjetivos; menos aún, juicios de valor. Sin embargo, algunas de las entradas del diccionario, lamentablemente, no sólo no se limitan a esos parámetros, sino que utilizan un lenguaje y formas alejadas de la mínima ortodoxia que puede exigirse a un texto historiográfico en pleno siglo XXI.

Es el caso de la biografía que más críticas ha recibido, la de Franco. Luis Suárez, su autor, es un medievalista de reconocido e indudable prestigio, que incluso ha sido Premio Nacional de Historia, pero tanto su objeto habitual de estudio como su gran implicación con la figura del dictador le convertían en una persona poco indicada para hacerse cargo de una voz que, como cabía esperarse, iba a ser observada con lupa. Así como el debate acerca de si el franquismo fue un régimen autoritario o totalitario aún sigue siendo fuente de discusión en los entornos académicos, sobre lo que no cabe discusión es acerca del carácter dictatorial del mismo. Una biografía de Franco en la que no se mencione en ningún momento la palabra dictadura es un texto sesgado y de poco rigor histórico. El sentido común que parece haber faltado en algunas de las designaciones indica que, a priori, es una imprudencia encargar ciertas biografías a personas muy implicadas emocional o políticamente con el personaje, como es el caso también -aunque su biografía no haya causado polémica- del ex presidente Felipe González, biografiado por Juan Luis Cebrián, cuya único título profesional al respecto es su amistad con el personaje en cuestión.

Por otra parte, la biografía de José María Escrivá de Balaguer, incluyendo a Dios como un actor más del devenir histórico del fundador del Opus Dei, roza casi la comicidad. Por más creyente que sea el autor de una biografía, frases como “mientras celebraba la santa misa, Dios le hizo entender que el Opus Dei estaba dirigido también a las mujeres”, o “el Señor le hizo ver al padre Escrivá la solución jurídica que iba a permitir la ordenación de sacerdotes”, están fuera de lugar en un texto con pretensiones científicas.

Lamentablemente, fallos garrafales como estos están empañando una iniciativa de enorme valor que supone un esfuerzo colosal, así como están ocultando la gran calidad que puedan tener el resto de las 40.000 entradas que componen el diccionario. Por culpa de un error, que se podía haber evitado planteando de forma correcta el reparto de ciertas voces e impartiendo determinadas normas neutrales de elaboración acordes con este tipo de obra, se está restando valor a la obra y se ha abierto una suerte de veda para un ataque sectario, furibundo e intransigente, no sólo contra el Diccionario sino contra la misma Academia. Se puede criticar la forma en la que se han enfocado algunas de las biografías pero no caer en exabruptos como llamar a la RAH “la Academia de la Caverna”, como ha hecho el líder de IU, Gaspar Llamazares, o instar a eliminar las entradas que generan polémica. Al fin y al cabo, cada una de las biografías está firmada y, en última instancia, prevalece el derecho del autor a expresarse como más conveniente lo crea, haciéndose responsable de ello.
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