No es esto, no es esto
miércoles 15 de junio de 2011, 20:26h
Contemplamos con estupor y desagrado, también preocupación, cómo, día a día, se tornan más violentas las protestas de los que llamándose a sí mismos indignados, han tirado por la borda muchos de los sentimientos de simpatía y apoyo que habían cosechado entre los ciudadanos, y han acabado por convertirse en indignantes. Indignantes son sus agresivas persecuciones, que distan mucho de las proclamas pacifistas de las que hacían gala, y ver, por ejemplo, cómo los diputados catalanes tienen que llegar a su trabajo refugiados en furgones de la policía o incluso en helicóptero, para no padecer lo que algunos de sus compañeros más madrugadores o simplemente menos previsores habían vivido en forma de gritos, insultos y salivazos, debería poner en guardia también a aquellos a los que un principio la cosa del 15M les “hizo gracia” y empezar a preguntarse si era esto lo que ellos esperaban.
Ahora los indignados intentan amedrentar, y miedo, sin duda, han tenido que sentir los políticos directamente afectados por esa escalada de violencia que se extiende por cada rincón. Lo cierto es que ver a un político democráticamente elegido hace menos de un mes pidiendo auxilio a gritos es una triste y peligrosa imagen, que eclipsa para siempre la confianza que muchos tuvieron en esos jóvenes acampados en Sol y en muchas otras céntricas plazas de nuestro país. Qué iba a pasar en Sol era la pregunta que en los primeros días de acampada ilegal muchos se hacían, pero que nadie se aventuraba a responder, al menos, hasta que no pasaran las elecciones municipales y autonómicas. Y lo que pasó en Sol fue sencillamente que no pasó nada. La policía hizo más bien de babysitter y se limitó a vigilar que no hubiera ninguna desgracia que les obligara a intervenir. Al final, Sol se ha desmantelado, en buena parte, por el propio aburrimiento de los indignados, es de suponer que indignados porque allí nadie se ponía a dar palos o manguerazos, ni a hacer nada. Pronto descubrieron que lo de acampar, aunque sea en el mismísimo kilómetro cero, aquí en la capital causa poco efecto. Curiosidad al principio, sí, pero salvo los afectados directamente por el hecho de tener en la puerta del negocio o de la casa a una panda de chavalotes (y chavalotas) protestando, el resto acabamos por “pasar”, como lo hace cualquiera acostumbrado a sobrevivir en una gran ciudad, en la que hacen bastante más ruido las excavadoras y provocan mucha más indignación los puñeteros atascos.
Pero a fuerza de pasar de todo sin que pase nada, acaba por pasar lo que todos esperamos que nunca pase. Sin limites ni fronteras. Se empieza increpando a los políticos al grito de “No nos representan” y se acaba por insultarles hasta en la puerta de su mismísima casa, como ocurrió el lunes con Ruiz Gallardón y su familia, a pesar de que a estas alturas parecía que todos estábamos de acuerdo en eso de que la vida privada es algo sagrado. Porque terriblemente grave y lamentable es atacar a los políticos cuando acuden a sus lugares de trabajo o a algún acto público, pero lo de llegar a colgar una “kedada” en las redes sociales con cita en la puerta de la vivienda del “señor alcalde”, pone literalmente los pelos de punta.
Y eso que el alcalde de Madrid está más que acostumbrado a que le persigan quienes no están de acuerdo con alguna de sus gestiones. De hecho, es fácil saber si Gallardón está en algún acto público: pancartas en su contra, gritos de megáfono llamándole de todo y ruidos de cacharros varios golpeados por los correspondientes manifestantes, le anuncian a cada paso. Por ejemplo, el pasado sábado los vecinos de la Plaza de la Villa se enteraban bien temprano de que el alcalde había cambiado La Cibeles por Álvaro de Bazan, porque tenían que darse la vuelta con sus carritos de la compra y renunciar a los quehaceres propios del fin de semana a causa de varios cientos de indignados que habían cambiado Sol por las cercanas calles del Madrid de los Austrias.
Como mucho, uno podía llegar a la Plaza de San Miguel y cruzar la calle Mayor sorteando a los manifestantes, porque la policía había ido creando cordones que alejaban unos metros a la masa del antiguo consistorio. Los jóvenes, y es que hasta para esto de indignarse es mucho más efectivo ser joven, buscaban ágilmente atajos para sorprender a los agentes y, como en guerra de guerrillas, se movían veloces y silenciosos a ver si encontraban por dónde colarse para hacer más daño. De eso se trata cuando uno protesta, parece ser. En Sol han estado fastidiando a vecinos, comerciantes, trabajadores de la zona y simples turistas justo cuando la democracia, no la real porque esa dicen que es suya y que además la quieren ya, daba una de esas oportunidades que los demás, los pringados que no tenemos derecho ni a indignarnos, aprovechamos para señalar pacíficamente quien queremos que nos gobierne durante los próximos cuatro años.
Escritora
ALICIA HUERTA es escritora, abogado y pintora
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