ENTRE ADOQUINES
Marco Simoncelli, el talento siempre al límite
martes 25 de octubre de 2011, 08:29h
A sus 24 años, Marco Simoncelli, “Sic” para sus amigos y compañeros de paddock era para muchos, especialmente en su país, el digno heredero de un Valentino Rossi a quien todos veían, ley de vida, rodando en las últimas vueltas de su grandiosa carrera en el motociclismo. Para otros, en este caso especialmente fuera de su país, el piloto italiano no contaba todavía ni con el enorme talento ni con el indudable carisma que han hecho de “Il dottore” la figura que más ha brillado en la historia del motociclismo, capaz de encandilar no sólo con su conducción, sino también fuera del garaje con una simpatía, un saber estar y un respeto hacia el público y el resto de sus colegas, difíciles de igualar. Simoncelli no era, desde luego, ningún maestro en desplegar cualquiera de estas artes, tampoco lo pretendía. Pero en talento, que al final es lo que importa a la hora de competir en este deporte tan duro y con uno de los grandes equipos de MotoGP, cada vez igualaba un poco más a Rossi, y, desde luego, esta temporada marchaba evidentemente por delante.
El indiscutible talento de Simoncelli se caracterizaba para algunos por un exceso de riesgo, que provocaba que otros pilotos de Moto GP no estuvieran demasiado tranquilos cuando intuían la rueda delantera del italiano acercándose a su propia montura. De hecho, esta temporada los comisarios no tuvieron más remedio que comunicarle que algunos compañeros le tachaban de poco reflexivo en la conducción, así como de poco respetuoso con las normas más elementales de un deporte que gira a más de 300 kilómetros por hora sobre dos ruedas, jugándose el pellejo en cada curva, en cada recta, en cada vuelta. Con sus grandes ojos abiertos de par en par y esos rizos tan imposibles que le obligaban a llevar un casco una talla más grande, confesó ante la prensa que no entendía muy bien lo que habían querido decirle; esa era su forma de conducir, de gestionar las carreras, de avanzar hacia la meta y, en definitiva, hacia el podio.
En Italia, aquello no gustó demasiado. Lógico, después de empezar a ver cómo se diluía la estrella de Rossi, todas las esperanzas de los tifosi estaban puestas en el joven piloto que ya había demostrado su gran hacer en la categoría de 250cc - en 2008 se alzó con la corona - y a quien todos señalaban como un tipo encantador, afable y tranquilo cuando se bajaba de la moto. En todo caso, pocas veces se bajaba. Desde muy pequeño había vivido espoleado por la pasión que levantaba Rossi en su país y especialmente en su región, Misano, que vio nacer a ambos. Valentino fue su gran ídolo. Y su pasión por este deporte hizo que, años más tarde, Marco no sólo pudiera enfrentarse a su ídolo, sino también convertirse en su amigo. Ambos compartían muchos ratos juntos durante las intensísimas giras fuera de casa a las que obliga el motociclismo y también después, cuando regresaban a casa. Por eso, esta mañana muchos rostros se volvían también hacia el veterano Rossi, el piloto que, junto a Colin Edwards, se encontró, sin poder evitarlo, a Sic derribado en mitad del caliente asfalto de Sepang.
La trágica muerte de Simoncelli demuestra, una vez más, que este deporte al límite, capaz de acelerar las pulsaciones de sus aficionados al tiempo que les hiela la sangre, no ha sacrificado, como pretenden algunos, su espectacularidad en aras de una exagerada protección de los corredores. La locura genial de los pilotos que se lo juegan todo es tan digna de admiración que, a pesar de que siempre seguirán, por desgracia, produciéndose terribles accidentes con la peor de las consecuencias, lo ocurrido hoy debe llevarnos a seguir pensando en todos los nuevos mecanismos que incrementan la seguridad, mucho más que en el espectáculo de un deporte, emocionante como pocos, que pone a prueba orgulloso la ley de la gravedad. La expresión incrédula de Paolo, el padre siempre presente en las carreras del joven piloto italiano, cuando la noticia de la muerte de su hijo le alcanza todavía en el circuito malayo, delante de las cámaras, incapaz hasta de dejarse tocar por la novia de Marco, la también siempre presente Kate, es el impresionante contrapunto que hoy hace, más que nunca, que todos tengamos presentes el sacrificio, el riesgo y el inmenso trabajo que rodea a estos hombres singulares, cuando les vemos subir al podio después de haber desafiado, una vez más, a una muerte que siempre acecha en el asfalto.