Diversas investigaciones apuntan a que la música afecta, por ejemplo, a la capacidad de concentración. El último estudio realizado sobre los efectos de la música en nuestro cerebro llega del Centre for Perfomance Science y asegura que escuchar música clásica puede ayudar a concentrarse mejor.
La música en general es algo inherente a la condición humana. Cantar está presente en todos los tipos de sociedades a lo largo de la historia y todas las culturas se manifiestan, de algún modo, a través de su particular folclore musical. A estas alturas, nadie duda de que la música, clásica o de cualquier otro género, es el lenguaje más universal que existe. Con independencia de que hablemos de música instrumental o nos estemos refiriendo a óperas o musicales con libreto escrito en un idioma que no es el nuestro, los compositores son capaces de hacerse entender a través de sus partituras porque las notas encierran, sobre todo, emociones. Por ello, la música forma parte de nuestra vida y las canciones que escuchamos tienen un efecto directo en nuestro estado de ánimo. Para algunos, la música es la mejor medicina si de combatir la tristeza se trata; para otros es, en cambio, la opción imprescindible a la hora de celebrar un momento especial. Y, por supuesto, muchos la utilizan como distracción en el trabajo o mientras se enfrentan a los quehaceres del hogar. En definitiva, cada uno de nosotros tiene su particular banda sonora.
Por otra parte, los científicos llevan décadas apuntando que escuchar música nos afecta de diferentes formas y se sabe que incide en distintas partes de nuestro cerebro. En los últimos años, gracias a los avances en neurociencia, cada vez se publican más estudios sobre qué sucede de forma concreta en nuestras neuronas cuando escuchamos música. Aunque ambos hemisferios cerebrales sean complementarios, hay algunas funciones que se gestionan específicamente por uno de ellos. Así, mientras el hemisferio derecho integra las funciones asociadas a los sentimientos, las sensaciones o las habilidades artísticas y es el responsable de cómo percibimos los colores, las formas y los lugares, el izquierdo se encarga de gestionar el habla, la escritura, la lógica, las matemáticas y la numeración. La música, que no entiende de izquierda o derecha, se procesa en ambos hemisferios, vinculándose de esta forma tanto a lo artístico como a la capacidad integradora, al desarrollo del habla y a las matemáticas, entre otras cosas. La principal conclusión es que si la música permite establecer una comunicación más emocional que la meramente semántica, es precisamente por su ya probada capacidad para activar simultáneamente distintas áreas del cerebro. A uno y otro lado.
Según estudios del Instituto Max Planck de Neurociencia y Cognición Humana, el área del cerebro donde se alojan los recuerdos musicales es la menos dañada por la enfermedad de Alzheimer. Las canciones que emocionaron a los enfermos en otros tiempos se siguen recordando, a pesar de que la persona no sea capaz de reconocer a sus hijos o acordarse de su propio nombre. Esto se debería, de acuerdo con los citados estudios, a que los recuerdos más perdurables son los que vivimos relacionados con una emoción intensa, y ese papel lo cumple a la perfección la música. En este sentido, hace años que se vienen realizando actividades para demostrar cómo la música puede mejorar e incluso suprimir en alguna medida algunos trastornos neuronales. Asociaciones como Las Voces de la Memoria de Valencia, que contó con la colaboración del grupo musical Seguridad Social para mejorar las capacidades de pacientes de Alzheimer, se sirven de la música como terapia para personas con problemas de memoria.
Por su parte, la Universidad de Helsinki publicó un estudio que demostraba que la música clásica tenía un efecto en genes responsables de producir sensaciones de placer. En general todos los participantes en esta investigación mostraban una mejor actividad cerebral al escuchar a Mozart, pero ésta era todavía mayor entre aquellos que estaban familiarizados con este tipo de música. Esto último tiene que ver con el hecho de que la música nos afecta directamente en el momento de escucharla, pero también conecta con nuestras experiencias anteriores. Es decir, reaccionamos ante lo que escuchamos en relación con lo que hayamos escuchado anteriormente. La música nos ayuda a recordar y a la vez nos hace crear expectativas.
La música también guarda una relación muy estrecha con el lenguaje. Por ejemplo, hay estudios que avalan que los bebés reaccionan antes a estímulos musicales que a mensajes lingüísticos. Y es que tanto la música como el lenguaje afectan al lado derecho e izquierdo del cerebro, y ambos están ligados a los procesos de aprendizaje. En este sentido, se ha observado que a menudo personas con autismo, pese a tener dificultades con el lenguaje, disponen de una gran habilidad para expresarse a través de instrumentos musicales. Otro estudio, publicado en el Journal of Cognitive Psychology, reveló que, además, la personalidad de cada individuo juega un rol determinante en cómo afecta la música en nuestras tareas. El estudio realizado a 118 estudiantes de escuela secundaria, reveló que en el caso de los extrovertidos, realizar varias tareas con música tenía mejores efectos que hacerlo en silencio o en ambientes con sonido de fondo; en cambio, para los introvertidos, la música parecía dificultar la realización de las tareas.
No sólo el tipo de música influye en el comportamiento de nuestro cerebro, lo hace también el modo en cómo la escuchemos. Estudiosos de la Universidad de Oxford centraron un artículo de investigación en el volumen del sonido y llegaron a la conclusión de que cierto grado de “ruido” mejoraba el rendimiento y la creatividad. El hecho de tener que esforzarse y superar cierta dificultad a la hora de concentrarse, exigía más a nuestro cerebro y obteníamos mejores resultados. Sin embargo, demasiado ruido, como música a un volumen muy alto, limita nuestra capacidad, hace que seamos capaces de procesar menos información y por lo tanto disminuye la creatividad.
Por último, la música no solo actúa como unificadora y armonizadora entre los dos hemisferios o como vínculo entre las distintas áreas cerebrales, sino que también es
capaz de vincular entre sí el cerebro de otras personas. Investigaciones del Instituto Max Planck han descubierto que cuando varios músicos ejecutan una pieza musical en conjunto, sus cerebros se sincronizan entre sí, creando una especie de red de cerebros, aparte de las propias redes interneuronales que generan en cada uno de los intérpretes.