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RESEÑA

Fumiko Enchi: Máscaras femeninas

domingo 20 de enero de 2013, 13:34h
Fumiko Enchi: Máscaras femeninas. Traducción de Jordi Fibla. Alianza. Madrid, 2012. 192 páginas. 16 €
Japón es tierra de fantasmas. De fantasmas de muertos o shiryoo y, lo que es más raro, de fantasmas de vivos o ikiryoo. Estos últimos son espíritus vengativos que surgen del odio. Entre ellos, hay uno que ocupa un lugar especial en la literatura japonesa: nos referimos a la Dama Rokujoo, la amante despechada por Genji, el príncipe resplandeciente en la obra que lleva su nombre. El oscuro rencor de Rokujoo mató a la mujer de Genji, Aoi no Ue y a su otra amante, Yugao.

Fumiko Enchi, la autora de la novela Onna-men, traducida como Máscaras femeninas y publicada por Alianza Literaria, era una enamorada de la literatura clásica de su país. Nació en 1905, hija del poeta y filólogo Kazutoshi Ueda, quien la educó en casa a base de lecturas de literatura clásica china, japonesa, inglesa y francesa. Esto la convirtió en una amante del teatro Noh, la forma antigua de teatro japonés con raíces chamánicas, y del Genji Monogatari, libro que tradujo al japonés moderno, como su admirado Tanizaki. Enchi es una novelista brillante en sus estructuras y con temas que admiten un análisis psicologista muy del siglo XX, pero sus obras destilan siempre un clasicismo que, en el caso de Máscaras femenina, se mezcla con la intertextualidad.

La novela se articula en tres capítulos cada uno con el nombre de una máscara de mujer de teatro Noh: Ryou no onna, o fantasma de mujer, Masugami o joven mujer desquiciada y Fukaio mujer adulta desgarrada por la separación de un ser querido. Esta división en tres capítulos corresponde a los tres actos tradicionales en las obras Noh, jo-ha-kyuu. El jo es lento y evocativo, el ha desarrolla el conflicto, y el kyuu lo resuelve de forma abrupta. Cada máscara representa una “esencia” femenina y en la novela las tres giran alrededor del personaje central, la elegante, madura y misteriosa Mieko Toganoo.

Mieko era madre de Akio, quien murió en una avalancha en el monte Fuji. Al morir Akio, dejó una joven y bella viuda, Yasuko, a la que cortejan dos hombres, Ibuki, casado con Sadako, y Mikame. Mieko Toganoo tiene otra hija, Harume, una joven bella pero discapacitada. Mieko se dedica al estudio de los espíritus, y tiene un grupo que se reúne periódicamente para hablar del tema. Pero Mieko esconde en su corazón un terrible deseo de venganza que le llevará a imitar a su admirada Dama Rokujoo para tejer una sutil y malévola tela de araña en la que los dos pretendientes, Sadako y Mikame, caerán como inocentes mariposas. Yasuko, la joven viuda fascinada y dominada por su suegra la describe como “un jardín lleno de perfumes oscuros”. Fragancias subyugantes y peligrosas que surgen de un pozo oculto.

Mieko afirma en un momento de la novela: “Cuando un hombre y una mujer tienen una relación física, lo que existe entre ellos va más allá. Aunque no tengan hijos, creo que los dos cambian para siempre”. Este es el principio que sostiene su actuación y del que se nutre su fondo emocional. Curiosamente, con este destello, nos descubre una de las bases emotivas más importantes de toda la lírica y de gran parte del teatro tradicional japonés: el amor físico cambia a sus protagonistas para siempre. No hay mensaje más aparentemente anacrónico hoy en día, pero seguramente no lo hay más indudable. Por esta verdad, y por el placer de leer una obra inteligente, elegante, impecablemente escrita, perversa en su fondo y brillante en su forma, Máscaras femeninas es una lectura que subyugará al lector inteligente, aun cuando no crea en los fantasmas.

Por José Pazó Espinosa
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