Toda periodificación en terreno artístico, como cualquier otra convención humana y siendo
a posteriori, tiene algo de arbitrario. Con mayor razón si cabe el manido y difuso concepto de generación. Sin embargo, el calor de las vanguardias y un ambiente de especial efervescencia facilitó la aparición de un conjunto de creadores nada cotidianos mediado los años 20. Otra cosa es la rentable publicidad del Congreso del Ateneo de Sevilla con motivo del tricentenario de Góngora en 1927 donde se realizó una famosa instantánea con enorme resultado para algunos de sus protagonistas que fraguaron junto a otros ausentes el conocido grupo del 27 formado, entre otros, por Luis Cernuda, Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas, Dámaso Alonso o Rafael Alberti. No deja de sorprender que en ese mismo año Antonio Machado fuera elegido para ocupar un sillón en la Real Academia Española. Así de opuestas pueden ser las distintas formas de formalizar, legitimar, la literatura y a la postre de configurar un canon.
Desde que el profesor José-Carlos Mainer centrara la cuestión de aquella época con su ya clásico libro
La Edad de Plata (1902-1939): ensayo de interpretación de un proceso cultural (1975) una serie de estudios han vuelto más nítida la visión de aquel periodo y generación. Entre los más reciente se cuentan
Voces airadas: la otra cara de la Generación del 27 de Juan Cano Ballesta (2013) junto a este que nos ocupa editado por Ángela Ena Bordonada,
La otra Edad de Plata. Temas, géneros y creadores (1898-1936) (2013). Esta antología de ensayos dedica su atención a esos fantasmas que no tuvieron la felicidad de aparecer inmortalizados en la fotografía de marras o que de algún modo fueron arrinconados. Moverse demasiado o no estar en el sitio adecuado siempre paga peaje. Sin embargo, es función de la crítica ajustar con mayor exactitud y dar voz a los injustamente preteridos, como el fantástico Silverio Lanza o el escritor relegado y gran periodista Luis Bello.
Este libro agavilla sus trabajos en dos amplias secciones según traten de los temas y géneros literarios o de creadores específicos. En el primer bloque encontramos curiosos trabajos como los del profesor Botrel sobre la serie de cajas de cerillas de la Compañía madrileña de fósforos y cerillas dedicadas a “celebres poetisas y grandes escritoras”. Esta producción, amén de certificar la actividad creadora de dichas mujeres, y su visibilidad, se erige como un listado “menos aristocrática y elitista” de lo presumible. Por otro lado, el ensayo de la propia editora, Ángela Ena, desarrolla las distintas variantes de la novela del espectáculo: taurina, del teatro, del circo, la novela de salón, la de varietés, la de cine y la novela del deporte, con especial atención a la novela del boxeo y la novela del fútbol. Otros ensayos del libro dan espacio al teatro lírico, la literatura galante o a escritores como Pedro Mata, José Francés o la interesante relectura de Rubén Darío ofrecida por Luis Alberto de Cuenca.
En estos tiempos de diletantismo periodístico resulta de especial relevancia el trabajo de José Miguel González Soriano dedicado a la figura de Luis Bello. El periodismo español gozó también en el primer tercio de siglo de su especial Edad de Plata. Si durante la segunda mitad del siglo decimonónico la prensa fue el signo de los nuevos tiempos, los cambios acontecidos en el gozne de siglos posibilitaron un desarrollo extraordinario de los medios de comunicación. Por otro lado, el escritor profesionalizó su labor, si Zorrilla escribió a cuenta, ya
Clarín se tuvo por “jornalero de la pluma” y, sin duda, Galdós pudo ya mal que bien vivir de la escritura. Tras ellos, todo aficionado con futuros de escritor debía calentar manos durante tiempo en las oficinas del periódico de turno. Luis Bello fue un estupendo cronista parlamentario. Desbrozó el camino a un joven
Azorín que destacó en dicho subgénero. Bello trabajó en
El Heraldo de Madrid y en publicaciones culturales de la mano de Ortega y Gasset como
Faro,
Europa o el importante periódico
España. Además, fue redactor, aún sin rúbrica como era todavía costumbre, en
El Imparcial donde dirigió este mismo suplemento literario de
:Los Lunes de El Imparcial. Conviene recordar como este suplemento decano en la crítica literaria española acogió a los mejores de cada momento: Campoamor, José Zorrilla, Benito Pérez Galdós, Clarín, Juan Valera, Emilia Pardo Bazán, Menéndez y Pelayo, Pío Baroja, Valle-Inclán, Unamuno, Gabriel Miró, Rubén Darío, Salvador Rueda, Villaespesa, Juan Ramón Jiménez, Antonio y Manuel Machado, Cansinos-Assen,
Azorín, Eduardo Marquina, Mauricio Bacarisse, Pedro Salinas, Tomás Morales, Juan Chabás, César González-Ruano, Federico García Lorca y un valioso etcétera la auparon como la página literaria “más prestigiosa de la historia de nuestra prensa”.
En suma, estos ensayos y artículos nos recuerdan el valor y profundo calado de esa
otra Edad de Plata (1898-1936). Con un elegante detalle en la elección de foto de portada del libro, se dedica este volumen ejemplar de estudios literarios al recién malogrado Alberto Sánchez Álvarez-Insúa, nieto del escritor Alberto Insúa y humanista de pro.
Por Francisco Estévez