CRÍTICA DE CINE
Las vidas de Grace o cómo hacer fácil lo difícil
Laura Crespo
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lauracrespoelimparciales/12/5/12/24
viernes 25 de julio de 2014, 10:27h
Dirigida por Destin Cretton y basada en su multipremiado cortometraje
Short Term 12.
Por Laura Crespo
Chica trabaja en un centro social de menores, el Short Term 12. Chica tiene un novio con el que comparte casa –cama, no tanto- y trabajo. Chica monta en bici, dibuja y ayuda a los chicos del centro con firmeza pero ‘colegueo’. Hasta que una adolescente problemática llega al centro y despierta en chica fantasmas del pasado. En bruto, el argumento de Las vidas de Grace (Short Term 12) bien podría ser el de un telefilm de sobremesa. Lo que lo separa de aquello y lo convierte en un digno drama entre lo social y lo romántico es su exquisita realización, unas correctas interpretaciones y, sobre todo, lo acertado de ciertos diálogos que, totalmente prescindibles como motor de la acción, funcionan como un reloj suizo para restar intensidad en momentos clave e imprimir plena naturalidad en unos personajes que, mal tratados, se hubieran podido rendir fácilmente a lo empalagoso.
El realizador hawaiano Destin Cretton consigue plasmar en Las vidas de Grace un tabú como el de los abusos y el maltrato a menores en una película luminosa, bella, incluso amable y positiva. Se trata de una apuesta fuerte y personal de Cretton que, tras salir galardonado en 2009 en el Festival de Sundance, meca del cine independiente, por su corto Short Term 12, escribió una versión en largo, germen de la película que se estrena en España este viernes. Las dificultades que encontró en aquel momento para conseguir la financiación necesaria le llevaron a posponer el proyecto y a bautizarse en el largometraje con otra cinta de aún más bajo presupuesto, I am not a hipster (2012), que volvió a triunfar en Sundance y le abrió las puertas de productores interesados en su siguiente –en realidad anterior- paso.
El resultado es una producción pequeña pero compacta, sin cabos sueltos y mimada al detalle. El eje circular que describe la película pone la guinda a la sensación de equilibrio, de que todo está donde tiene que estar, de que nada sobra y nada falta. Cretton abre y cierra la historia con escenas muy similares que, separadas por una historia de liberación interior, se perciben de una forma agradablemente distinta: la rutina es la misma pero todo ha cambiado.
Las vidas de Grace es un canto a afrontar la vida con optimismo, a enfrentarse a las situaciones desagradables con talante, una invitación a hacer las paces con uno mismo como requisito indispensable para mantener relaciones sanas y verdaderas con otras personas. Entrelazadas al mensaje central, tramas paralelas que hablan sobre el dolor, el perdón, las segundas oportunidades o el aprendizaje, con una delicadeza pasmosa y salvando de manera magistral ese peligro de pedantería que siempre acecha a la representación cinematográfica de adolescentes con problemas.
Las interpretaciones de los actores tienen mucho que ver al respecto. Brie Larson (Scott Pilgrim contra el mundo), la Grace de la película, va camino de convertirse en la nueva musa del cine indie, como lo fue en su día la ahora joya del 'star system' Jennifer Lawrence. Su expresión corporal derrocha naturalidad y consigue meter al espectador en los picos dramáticos sin que la transición resulte forzada. El actor de musicales John Howard Gallagher Jr, ahora cara conocida gracias a su papel en la serie de la HBO Newsroom, crea un solvente tándem junto a Larson como Nat, su pareja laboral y sentimental. Por último, el trabajo de los intérpretes más jóvenes, con Kaitlyn Dever en el papel de Jayden al frente, resulta digno de alabanza por hacer creíbles las actitudes y los discursos de personajes que, en el difícil momento –también para la representación cinematográfica- en que no se es niño ni tampoco adulto, pasan por situaciones extremas.
La película pone también encima de la mesa las luces y las sombras de las burocracias relacionadas con el trabajo social, en este caso, con adolescentes. Tanto Grace como Nat tratan a los chicos del centro desde la comprensión más visceral –sobre todo ella- de verse reflejados. Lejos de sus habitaciones, en los despachos de Short Term 12, la realidad se rige por otros esquemas, técnicas aprendidas en lugar de vividas, probablemente necesarias aunque poco empáticas con su día a día. Esta contraposición que se hace piel en Grace y Nat frente al director del centro o al universitario que se toma un año sabático para “vivir nuevas experiencias” como voluntario, propone al espectador interesantes lugares de reflexión.
Si en I am not a hipster, la música era causa y consecuencia de la trama misma y de los propios personajes, del trabajo de Joel P. West en Las vidas de Grace resulta una magnífica banda sonora que acompaña las transiciones desde un segundo pero imprescindible plano y apoya la armonía como esencia de la película.
Con una adaptación del título original al castellano nada acertada –contribuye a la falsa a aperiencia de melodrama-, Las vidas de Grace llega a la cartelera de nuestro país para ofrecer una pieza cinematográfica de gran belleza, tanto visual como dramática, con un trasfondo social bien tratado y unas excelentes interpretaciones.