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CRÍTICA DE CINE

'Begin Again', lo hipster contra lo hipster

Laura Crespo
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lauracrespoelimparciales/12/5/12/24
jueves 31 de julio de 2014, 15:28h
'Begin Again', lo hipster contra lo hipster
Lo nuevo de John Carney tras el éxito de su ópera prima, Once.
John Carney lo ha vuelto a hacer. Mirar el cartel de su bien acogida ópera prima, Once, y de su nueva apuesta de estreno este viernes, Begin Again, es mirar dos versiones de una misma idea. Con un presupuesto mucho más holgado que los 180.000 euros de aquella cinta independiente que hizo las delicias de los espectadores festivaleros y un reparto internacional pero adecuado a la historia, el realizador irlandés ha logrado el equilibrio entre la apertura de su trabajo al circuito más comercial y la fidelidad a una forma de hacer. El resultado, una película divertida y emotiva sobre la posibilidad de nuevos principios con, de nuevo, la música como juez y parte. Hay quien verá en el progreso de Carney una pérdida de identidad, un venderse a la industria en cuyos márgenes se formó como cineasta. Siempre los hay, y también para ellos hay un mensaje en Begin Again. Lo cierto es que el filme cumple con solvencia las expectativas, no deja lugar a reproches y formula una bonita, optimista y deliciosa propuesta en la cartelera de esta semana.

Al principio, Begin Again huele a tabaco y a alcohol en un Cadillac y habla de un perdedor, de un productor musical venido a menos, antiguo soñador e idealista asfixiado por la vida. Pero la trama se para, y no. Ahora es dulce y melancólica y trata de una joven cantautora de andar por casa que acaba de pasar por una ruptura tras seguir a su novio, recién fichado por una discográfica, hasta Nueva York. Dos personas perdidas en una ciudad grande e impersonal que encuentran el aliciente en un proyecto común.

Mientras cada vez más películas tienden a alargar el primer acto hasta, a veces, el infinito, Carney va al grano: a los quince minutos de metraje sabemos quiénes son los personajes y cuál es el conflicto (con alguna que otra sorpresa en la manga, claro). Y en este caso se cumple aquello de lo bueno si breve… En un juego de tiempos que avanzan y rebobinan y de escenas revisitadas en distintas perspectivas, el cineasta marca un ritmo espectacular que consigue que, cuando el público se sitúa, ya está irremediablemente enganchado. A partir de entonces, la cinta reposa y el ritmo cede protagonismo a la melodía.

En el personaje de Gretta, Keira Knightley derrocha naturalidad en circunstancias adversas. Una joven que compone en la intimidad, con miedo escénico y el corazón roto, que se ríe del hipster de su ex cuando éste se convierte en un hombre a una barba pegado, al mismo tiempo que cumple todos y cada uno de los requisitos del modernismo indie tan en boga, bici con cesta incluida. Aun así, parece que no está delante de una cámara, sino en el salón de su casa con la cara lavada, y eso es para aplaudir. Su compañero de viaje, Mark Ruffalo, se ha desquitado; se ha dejado en casa la piel verde que le ha dado sus últimos éxitos en la gran pantalla –en la saga Los Vengadores- para componer a un tío normal al que la vida le ha tratado regular, con una interpretación magnética y divertida por momentos. Nos cae bien. En un papel más secundario, Adam Levine, el líder de la banda estadounidense Marron 5, es el novio de Gretta y debuta en el cine casi interpretándose a sí mismo, lo que, por otra parte, no le viene nada mal a la película.

Hablar de los personajes es hablar de Nueva York, que pasa, una vez más, de contexto a protagonista. Sin fondos para alquilar un estudio, Gretta y el productor, Dan, deciden hacer de la necesidad virtud. Apuestan por materializar la música, hacerla física y dotarla de realidad, y graban su demo en directo por las calles de la ciudad, cada canción en un lugar representativo que se convierte en escenario sonoro del tema: el tráfico de los coches, las sirenas de policía, el tintineo de las copas en los bares, el silbido de un vecino… Nada sobra para el nuevo concepto de trabajo discográfico que paren los protagonistas y sus andazas para llevarlo a cabo nos dejan un par de secuencias de transición redondas.

La música habla de ellos, pero siempre con una justificación diegética, no como recurso de realización, por lo que la acogida de una nueva canción siempre es buena y no empaña el disfrute de una banda sonora notable. En los diálogos, sembrados de referencias musicales y cinematográficas, se puede percibir, incluso, un guiño al respecto, a cómo la música convierte una escena banal y manida en poesía. Un truco del cine digno de reproducir de vez en cuando en paseos cotidianos armados con unos cascos y la tracklist del día. Metacine en una versión muy sutil. 

Como no podía ser de otra forma dada la trama y el perfil de los personajes, Begin Again habla también de la situación de la industria discográfica, asimilable, por qué no, a la cinematográfica. Los cambios impuestos por la dictadura tecnológica, el aura de romanticismo y el a menudo conflictivo matrimonio entre el arte, una expresión personal, subjetiva, a veces íntima, y su comercialización, sujeta a la demanda. En su propio desarrollo como músico, Gretta da una lección sobre cómo adaptarse a ciertas necesidades del mercado y vender la música como un producto sin que la transacción signifique renunciar a unos principios. Puede que como Carney.
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