Los sevillanos Alfonso Sánchez y Alberto López vuelven a los escenarios madrileños con Patente de Corso, "el tratado ibérico del hijoputismo". Por Laura Crespo
Muchos aún los conocen como
‘El culebra’ y ‘El cabeza’, los personajes que les catapultaron a la fama en el polvorín de videoaficionados que era el Youtube de 2008. Su
parodia del ‘cani’ sevillano terminó siendo germen de una película,
El Mundo es nuestro, e inspiración para una segunda serie de gags: la protagonizada por
Los Compadres, Rafi y Fali, clichés sevillanos en el extremo contrario. Una versión de esos señoritos andaluces terminó colándose en la película española del momento,
Ocho apellidos vascos, y los originales tendrán su propio largometraje, un proyecto iniciado hace un año bajo el título de
El Mundo es suyo y en el que bien podría haberse inspirado el Pequeño Nicolás para sus tejemanejes.
Alfonso Sánchez y Alberto López han alcanzado el éxito a base de constancia y de toda una vida dedicada al sector audiovisual. En plena cresta de la ola, se lanzan a una aventura teatral poco convencional: una
adaptación de los textos que el periodista y escritor Arturo Pérez Reverte ha publicado en su columna dominical
‘Patente de corso’ durante tres décadas, en un montaje a caballo entre la comedia, el musical y la picaresca que
vuelve a Madrid el próximo 29 de diciembre tras una gira por España con próximas paradas en Cádiz, Murcia y Alicante.
El argumento de
Patente de Corso, que también pide prestado su título a Pérez-Reverte, gira en torno a dos figuras: primero, la de
Luciano (Alfonso Sánchez), que posee una patente de corso auténtica, con casi dos siglos de antigüedad y firmada por el rey Fernando VII, con la que, asegura, puede estafar, robar, malversar, saquear y desfalcar; y luego está
Mariano (Alberto López), un ciudadano harto de estar harto al que la vida ha tratado de forma despiadada y que ahora
quiere convertirse en un hijo de la gran puta. Los encuentros entre ambos, una especie de tutorías para aprender a ser un malnacido, no son más que una excusa para hablar de lo que habla Pérez Reverte, de lo que lleva hablando treinta años y que poco ha mutado desde entonces:
el día a día del español y la identidad de España.
Fue el propio periodista quien sugirió a Sánchez y López
un ‘self-service’ de su obra tanto literaria como periodística. “Con Arturo empezamos con una relación de admiración mutua que derivó en amistad, y se nos ocurrió que en algún momento pudiera escribirnos un texto teatral”, explica Sánchez a este diario. “Nos dijo que ya tenía suficiente, que no estaba como para meterse en una aventura nueva”, continúa, y cuenta cómo el escritor les ofreció cualquiera de sus obras para una adaptación al teatro. La columna Patente de Corso llegó a sus manos como agua de mayo, por “la plena actualidad”, de textos que se escribieron hace “catorce o quince años”, dice López. El resultado es la puesta en escena de, como lo define el propio Pérez Reverte, “la tragicomedia de ser español”; o, como la han rebautizado los responsables de su versión teatral,
“el tratado ibérico del hijoputismo”.
La identidad española“Es una función en la que el espectador se va a reír, va a llorar y, sobre todo y creo que lo más importante, va a reflexionar sobre nuestra propia identidad y sobre nuestros propios valores como ciudadanos”, resume Sánchez, también director de la obra.
Luciano sería “el pirata, el estafador, el vividor que se ha buscado la vida partiendo desde el fango”, dice Sánchez sobre su personaje, y añade que “lo que le salva de pertenecer del todo al lado oscuro” es que “aún conserva un viejo código de honor”. De hecho, trata de convencer a Mariano de que
no es tan fácil ser un “hijo de puta”, a pesar de que la sociedad española, eternamente ligada a la picaresca y el ‘caradurismo’, aparentemente condenada a cargar con ciertos estereotipos, parezca estar plagada de ellos.
Alfonso Sánchez y Alberto López en una de las representaciones de Patente de Corso.
“La imagen negativa que muchas veces tenemos de nosotros mismos es la que se han encargado de darnos los poderes fácticos desde hace 500 años”, asegura Sánchez, quien define al pueblo español como “noble, sano, alegre y, sobre todo, idealista”. Para el director e intérprete, el personaje de Mariano, “el ciudadano modélico pero harto”, representa a la mayoría. “Y menos mal que es así, porque
si la mayoría de la sociedad fueran hijos de puta, esto sería como el Far West”.
López también aboga por destruir la máxima de que el hombre, malo por naturaleza, es un lobo para el hombre. “Yo imagino que los cabrones pagan un precio emocional, dudo mucho que duerman tranquilos e imagino que viven en pequeños infiernos”, opina.
Tanto en concepto como en puesta en escena, la función es
anárquica, estridente y gamberra y busca a ratos la emotividad, a ratos (los más), la comedia. “Queremos ir a los principios del arte, que debería estar entroncado con la humanidad, con la esencia del ser humano más allá de la politización o de los ideales adscritos a un signo político”, subraya Sánchez, y pone el acento en que “esta función habla sobre los seres humanos, sobre el bien y el mal, sobre lo que significa pertenecer o no a la sociedad”. Dice el actor y director de
Patente de Corso que, en este sentido,
la liberación ha sido absoluta. “Nos permitimos decir cualquier cosa, con la misma libertad y el mismo compromiso con que Arturo ha ido escribiendo estas reflexiones dominicales”, asegura.
López señala en la misma dirección: “El mecanismo que venimos usando no es nada agresivo.
Cuando no te posicionas políticamente en este país hacia un lado o hacia otro y, desde el arte,
das cera a todo el que se mueve, eres bienvenido; eso parece que ha calado en los gustos de los españoles y se ha extrapolado a la obra de teatro”.
Y vaya si ha calado. Los trabajos que han desarrollado Sánchez y López en Internet suman casi
20 millones de visitas.
Internet: ¿Fenómeno o lanzadera?Estamos en la era de los virales en Internet. Un vídeo subido a Youtube puede dar la vuelta al mundo y conseguir miles de visionados en apenas unas horas. Sin embargo, frente a la universalidad, otro de los rasgos de Internet es su tendencia a lo
efímero. No es lo mismo conseguir ser un fenómeno en la red y caer poco después en el más profundo de los olvidos que echar la vista atrás y poder concluir que Internet funcionó como una lanzadera.
Sánchez recuerda que cuando ellos llegaron a Internet era un momento “muy concreto”, tanto en sus carreras profesionales como en la circunstanciade la propia red de redes. “
Llevábamos ya una década trabajando sin que nadie, ninguna productora, confiara en nosotros e Internet era un sitio donde se veían vídeos de un mono que se metía un dedo en el culo. Aunque suene mal, eso era Youtube en 2007”, cuenta Sánchez. En este contexto, se fijaron en las potencialidades del continente más que en el contenido que hasta ese momento venia albergando. “Ahí podíamos demostrar que éramos buenos y que lo que hacíamos era interesante”, dice Sánchez. “Nosotros llegamos a Internet con
un producto que estaba muy trabajado, muy cuidado, era pura artesanía”, añade López y subraya que “entre vídeos de caídas, de pronto llega uno que contaba algo, que tenía un sentido y mucha preparación”.
“Hoy en día es otro mundo”, dice Sánchez. Reconoce que, “aunque aún queda por hacer”, Internet “ha evolucionado muchísimo” y cita como ejemplo la brutal expansión de portales de vídeo bajo demanda que se han lanzado a la producción de series de gran calidad, como Netflix con la exitosa
House of Cards. Haciendo autocrítica, el director de
El mundo es nuestro y
Patente de Corso cree que el sector cinematográfico “tiene que evolucionar” aún en este sentido. “
Ser flexibles no quiere decir que el cine tal y como lo conocemos vaya a morir; la experiencia de ir en grupo, el gusto por divertimento y la catarsis colectivas, se mantendrán”, augura.
Alberto López y Alfonso Sánchez en una de las representaciones de Patente de Corso.
Ahora, Sánchez finiquita el guión de
El mundo es suyo, la película que protagonizarán sus ya míticos personajes Rafi y Fali. “Es una película complicada, poco convencional, muy comprometida y combativa, un tipo de cine por el que es difícil que las televisiones apuesten, pero creo que al final saldrá para delante y llegará hacia finales de 2015”, explica el realizador, que lleva poco más de un año buscando la financiación necesaria para dar salida a este proyecto. En él, los dos señoritos sevillanos pretenden colarse en la fiesta de cumpleaños de un alto cargo del PP. ¿Coincidencia? ¿O
Sánchez y López predijeron al Pequeño Nicolás?
“Parece increíble, pero es que
estas cosas salen con sólo mirar el mundo en el que vivimos, la sociedad, quién maneja los hilos de todo esto y qué puede ocurrir”, argumenta Sánchez. “Rafi y Fali son esos 'pequeños Nicolases' que se colarán en la hoguera de las vanidades, es como una revisión de la
Escopeta Nacional con Rafi y Fali como protagonistas”, adelanta. Pero no es futurología, sino puro análisis y precaución. “Es un poco lo que pasa a Arturo”, dice el director.
Arturo Pérez Reverte escribe desde hace treinta años un artículo semanal. De esa ingente cosecha, no es difícil coger un texto de forma aleatoria, leerlo en voz alta y darse cuenta de la terrible actualidad de unas palabras escritas en los noventa. En este sentido, el periodista se ha mostrado en más de una ocasión desesperanzado con el cambio, resignado a seguir en este mismo limbo sin trayectoria ni dirección claras. “Él venía hablando desde hace años de todas las miserias con las que nos estamos encontrando ahora, y lo único que hizo para predecirlas fue mirar alrededor y aplicar el sentido común, pero parece que
nadie lo escuchó y supongo que eso genera un poco de desencanto”, opina Sánchez.
Ahora, las palabras que fueron pasadas por alto se suben a un escenario para vomitar unas cuantas verdades sobre la realidad de España,
“un honor y una responsabilidad” para los ideólogos de
Patente de Corso. “El otro día Arturo nos dijo que con nosotros estaba empezando a sentirse joven de nuevo, a sentir alegría y energía y, sobre todo”, asegura el director, “a pensar que todo
ese trabajo suyo había servido para algo; de ahí surge toda la energía para llevar a las tablas
Patente de Corso”.