Recordemos que Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) es uno de los nombres imprescindibles de las letras en español del siglo XX, que desarrolló una dilatada y fructífera trayectoria en el mundo del periodismo -llegó a ser el director de El Norte de Castilla-, y de la literatura. Estudió Comercio y Derecho, y fue catedrático de Derecho mercantil pero pronto se internó por la senda artística y literaria al ser contratado en 1941 como caricaturista por El Norte de Castilla, diario donde al principio compaginó esta actividad con la realización de críticas cinematográficas. En 1946 se casó con Ángeles de Castro, su fiel compañera y apoyo incondicional durante toda su vida. Poco después debuta como novelista con La sombra del ciprés es alargada, y obtiene con este título el Premio Nadal, primero de una serie de numerosos galardones que irá cosechando, como, entre otros, el Príncipe de Asturias de las Letras, el de las Letras de Castilla y León, el Ciudad de Barcelona, el Nacional de las Letras Españolas, el de la Crítica, el Miguel de Cervantes, o el Nacional de Narrativa.
A La sombra del ciprés es alargada le siguió una copiosa producción narrativa -adaptada en no pocas ocasiones a la gran y la pequeña pantalla-, y ensayística, formada por las novelas Mi idolatra hijo Sisí; Las ratas; Cinco horas con Mario -cuya versión teatral interpretada por Lola Herrera se convirtió en uno de los hitos de nuestra escena-, El príncipe destronado; Las guerras de nuestros antepasados; El disputado voto del señor Cayo; Los santos inocentes -llevada al cine en una extraordinaria película por Mario Camus-; Señora de rojo sobre fondo gris, y El hereje, los libros de relatos Viejas historias de Castilla la Vieja y La mortaja, los ensayos Vivir al día, Un mundo que agoniza, Castilla habla, o los libros de viajes Un novelista descubre América o Europa: parada y fonda, entre otras muchas muestras.
En un autor de estas dimensiones y calibre, resulta indudable el interés el descubrimiento y aparición de textos inéditos, más allá de la polémica que suscita su publicación de manera póstuma sin saber si era o no deseo de su autor que viera la luz. En el volumen que da pie a este comentario, se incluye el breve cuento infantil “La bruja Leopoldina”, ilustrado con dibujos del propio Delibes. Estamos ante un ejemplo primerizo -quizá el primero-, de Delibes como escritor, un Delibes juvenil. Su hija, Elisa Delibes, cuenta en el prólogo del libro -y así lo hizo también en su presentación en la Biblioteca Nacional- cómo fue el hallazgo. Cuando, tras la muerte de su padre, preparaba el archivo de la Fundación Miguel Delibes inspeccionó detenidamente todo el material que podría componerlo.
Y en esa revisión se topó con un modesto cuaderno de hule con hojas cuadriculadas, donde había un amplio número de dibujos y bocetos de retratos de personas. Le llamó la atención, máxime cuando también incluía este cuento corto, versificado y con dibujos que comienza “Existió una bruja muy dañina, que llevaba por nombre Leopoldina”, que “se reproduce como facsímil porque versos e ilustraciones forman una unidad”, aclara Elisa Delibes. El cuaderno estaba fechado en el verano de 1939, y firmado como MAX (Miguel, Ángeles -su futura esposa-, y la X, aludiendo a la incógnita del porvenir), rúbrica con la que Delibes firmaba todos sus dibujos hasta 1958. Elisa Delibes evoca que su progenitor era muy exigente con su trabajo y destruía todo cuanto no acababa de satisfacerle, y señala: “Mi padre debió de olvidarse de echar al fuego La bruja Leopoldina y todo el cuaderno de hule, o simplemente le pareció tan inocente que ni se molestó […]. Espero que Miguel Delibes pueda perdonarme la publicación de este relato sin su consentimiento”.
La duda, evidentemente, no tiene respuesta, pero sí puede decirse que el cuentecillo nos muestra una cuando menos curiosa prehistoria de Delibes como escritor, y que en el relato pone ya en práctica quizá intuitivamente lo que muchas décadas después explicará en su artículo “Escribir para niños”: “Tema adecuado, linealidad y brevedad. El primero no tiene por qué ser simple, ñono, ni edulcorado, pero sí ha de caer dentro de su mundo o excitar su imaginación. El tema que elijamos no debe dejarlos insatisfechos ni indiferentes, pero tampoco tiene por qué ser exclusivo para ellos. Quiero decir que un gran tema para un relato infantil será aquel que no sólo encandile a los niños, sino que despierte en el adulto sus nostalgias de infancia o sus sentimientos de entonces”.
Junto a “La bruja Leopoldina” aparecen “Mi vida al aire libre” y “Tres pájaros de cuenta”. En el primero, como él mismo Delibes apunta, habla de “todos los deportes que he practicado en mi vida aunque sin destacar en ninguno. En el libro lo que hago es reírme saludablemente de mí”. Sentido del humor tampoco le falta al segundo texto, “Tres pájaros de cuenta”, un trío de historias protagonizadas, respectivamente, por una grajilla, un cuco y un cárabo, que Delibes dedicó a sus nietos.
La bruja Leopoldina y otras historias reales es, en suma, una buena ocasión para disfrutar en familia de uno de nuestros más destacados escritores, amante de la naturaleza, defensor de valores éticos y de la dignidad intrínseca de todo ser humano, y poseedor de un privilegiado dominio de nuestro idioma.