En Casada con el enemigo, Raquel Alonso nos ofrece una obra fundamental para quienes investigan un objeto de estudio tan amplio como complejo como es el terrorismo y, dentro de éste, los procesos de radicalización. Al respecto, la autora describe su convivencia al lado de una persona (su marido) que acabó por justificar la violencia como herramienta al servicio de la transformación política.
En este sentido, cabe la posibilidad de que el lector atribuya cuotas de culpabilidad a Raquel Alonso por no haber percibido las señales de la mutación que voluntariamente estaba llevando a cabo su pareja. Si así piensa, además de incurrir en un flagrante error, cometería también una peligrosa inversión de roles, transformando a la víctima en victimario. En consecuencia, analizar la obra y extraer las numerosas lecciones que de ella se desprenden, exige no dar nada por sentado y seguir el orden narrativo establecido por la autora.
La primera parte del libro nos traslada a los últimos años de la pasada centuria, momento en el que dos jóvenes, Raquel y Nabil (ciudadano de origen marroquí), deciden contraer matrimonio, tras la etapa de noviazgo. Como en cualquier otra familia, a partir de ese momento aparecen problemas asociados a la convivencia (pago del alquiler, estabilidad laboral…) que ambos solventan con eficacia y esfuerzo.
Sin embargo, este panorama se verá alterado por completo tras el fallecimiento del padre de Nabil. A partir de este instante, la obra adquiere tintes dramáticos en tanto en cuanto Raquel Alonso nos refleja sin sensacionalismos la radicalización que experimenta Nabil, cuyas consecuencias no solo le afectan a él sino que las sufrirá su familia, en particular su esposa e hijos.
En este punto, el libro tiene máxima importancia puesto que permite comprobar las características del proceso de radicalización. La primera de ellas es su carácter gradual, iniciándose con un cambio de hábitos. Nabil comienza a asistir a la mezquita con asiduidad, cambia de vestimenta, reniega de costumbres nada pretéritas (por ejemplo, beber alguna cerveza) y adquiere hábitos que hasta ese momento habían ocupado un espacio marginal en su vida, vertebrando su existencia alrededor de la religión. En íntima relación con esta idea, hace nuevas amistades y rechaza las previas: “He cambiado, sí. Me he dado cuenta de lo que es importante y de todas las cosas que estaba haciendo mal con Dios. Mis hermanos me están ayudando a ser mejor persona” (p. 97).
Raquel Alonso percibe esta sucesión de cambios que tienen una plasmación real en la vida familiar. En efecto, Nabil intenta sin éxito adoctrinar a sus hijos, consume propaganda del Daesh (por ejemplo, vídeos que reflejan todo tipo de atrocidades, como atentados o decapitaciones, perpetradas por la aludida organización terrorista) y, finalmente, decide que su destino descansa en viajar a Siria para formar parte del Califato: “Allí se vive muy bien, te dan una casa, los niños van al colegio, yo tendría un sueldo y tú vivirías tranquila y en paz” (p. 159).
Tal deseo finalmente no lo pudo consumar. En efecto, la intervención de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, tras una ingente tarea de vigilancia sujeta a los parámetros establecidos por la legislación vigente, llevó a Nabil a la cárcel (Operación Gala). ¿Fin de la historia? Por el contrario, más bien comienza una etapa en la que emergen consecuencias de calado en diferentes ámbitos.
La primera de ellas alude a la conducta del propio Nabil, quien no muestra síntoma alguno de arrepentimiento. De hecho, en su estancia en prisión se radicaliza aún más, considerando que se trataba de “un acto de racismo y de acoso a los musulmanes” (p. 243). La segunda repercute directamente en Raquel Alonso, cuya respuesta conviene poner en valor ya que en ningún momento justifica a su marido, ni relativiza la gravedad de sus actos, ni imputa a terceras personas la responsabilidad de las decisiones tomadas por Nabil.
Con todo ello, hay que tener muy presente que esta sucesión de acontecimientos que transmite la autora no forman parte de la ficción sino que se corresponden con un momento, años 2013 y 2014, en el que se intensificó el fenómeno de los Combatientes Terroristas Extranjeros. Nabil quiso ser uno de ellos y acabó en prisión tras sentencia judicial firme, lo que supuso una liberación para Raquel Alonso y para sus hijos, los cuales están pagando una pena (social, psicológica y económica) por un delito del que han sido, son y serán siempre las víctimas.