Registro con gran satisfacción dos interesantes desarrollos en Italia. Empecemos por el primero, de menor relieve. Los italianos, en los comicios celebrados el 20 y 21 de este mes, se han atrevido con una reforma constitucional que ha reducido significativamente el número de componentes de sus dos cámaras legislativas: no se trata de la reforma más perentoria del sistema constitucional italiano, pues no se toca ni la paridad entre el Cámara de los Diputados y el Senado, claramente disfuncional, ni se moderniza el Estado regional, con una clarificación competencial y mejora de la coordinación entre el centro y las regiones; pero al menos , contra lo que ocurre en España, se muestra una disposición a abandonar el anquilosamiento.
La reforma quizás muestra una interesante manera de afrontar el desafío populista (era el movimiento Cinco Estrellas el que originalmente la propugnó), que consiste en incorporar lo que de razonable pueda haber en sus propuestas; y supone también un desinhibido modo de discutir los temas políticos sin esquemas propios inconvenientes: hay que contener el tamaño de la clase política. Así los 630 diputados y los 300 senadores podían manifestar una voluntad de facilitar la representación en la Constitución de 1947, pero en el momento actual integran un personal político que si se añade al de la delegación en la Unión Europea o en la Asambleas regionales-y aun municipales- resulta francamente insoportable. Simultáneamente al referéndum se han celebrado elecciones regionales cuyos resultados en líneas generales han confirmado al partido del gobierno (PD) y respaldado a los líderes (sea Luca Zaia en el Véneto -Liga- o Vincenzo Luca en Campania-PD-) que se han destacado por su eficacia en la lucha contra la pandemia. Merece la pena apuntar asimismo la masiva votación registrada, en ninguna región por debajo del 50% a pesar de la situación sanitaria.
Pero, como decía al principio, hay otro aspecto de la circunstancia italiana que me gustaría comentar. Y se refiere a la situación espiritual, al mood, que la pandemia ha generado en ese país y que no tiene nada que ver con el estado de irritación, confusión y desánimo que observamos en España. El contraste no debe atribuirse a la eficacia diferente en la lucha contra la pandemia, (conocidas son las cifras de contagios y víctimas en uno y otro país), pues, si se mira bien, indica más que la consecuencia la causa de la situación en Italia y España.
El panorama italiano queda reflejado muy bien en el ensayo crónica que el antiguo corresponsal del The Guardian en Italia, Ed Vulliamy, ha escrito para la New York Review of Books, nº de 24 de Septiembre. Lo primero que se constata es la seriedad del envite para la vida de los italianos. Italia fue despojada de los tres pilares de su vida: el paseo de la tarde, los espectáculos, sobre todo el futbol, y la Iglesia. Las cosas sin las cuales Italia no es Italia. Pero la gente no perdió el optimismo y su comportamiento en su mayor parte fue correcto y disciplinado. El impacto del coronavirus ha sido tremendo y de consecuencias morales indudables. Ha ocurrido en el país del melodrama o la comedia, del escapismo mediático desde la época de Berlusconi. “Nos las hemos tenido que ver con la mortalidad, y por ello con la moralidad pues la mortalidad te hace más persona moral”. Le dice el escritor Genna a Vulliamy en el reportaje. Y continúa: “inesperadamente, la muerte nos recuerda quien somos realmente. El Covid ha hecho lo invisible, visible”. Como señala la anestesista Luca Lorini del hospital de Juan XXIII de Bérgamo será imposible volver a la normalidad anterior pre Covid. “La lección del COVID tiene que servir para algo. Nuestros valores se han invertido: debemos redefinir la riqueza y redistribuirla de modo diferente pues el sistema de salud refleja la sociedad”. En buena parte, Italia ha dejado la pandemia fuera de la lucha política y ha aceptado que la unidad es el único modo de afrontar la enfermedad. Según sondeos acreditados la experiencia del Covid ha mantenido la popularidad del presidente de Italia Sergio Mattarella que goza de un nivel de apoyo del 60% y de Conte cuyo nivel de apoyo es del 43 por ciento.Tampoco parece que el virus vaya a aumentar la brecha estructural entre el Norte y el Sur, a pesar del contraste de cifras, pues las muertes en Campania, cuya capital es Nápoles, han sumado 443 mientras que en Lombardía, en el Norte, han sido 16.857. El saldo de la experiencia lo tiene muy claro el gobernador de Campania: “el vecino puede causarte la muerte, por lo que necesitamos unidad nacional: no caben las disputas entre norte y sur: hemos de responder como una nación. La ciudad ha aprendido que cuando la vida está en peligro se necesita disciplina. En general creo que ha habido una afirmación de los valores humanos sobre las consideraciones materiales. No puedo por menos de estar orgulloso de que cuando llegó el momento los hospitales mejores del mundo estaban en Nápoles”.
Vulliamy señala que la pandemia ha dado una oportunidad, dado que a la izquierda del Partido Demócrata parece no haber nada, a un catolicismo de izquierda que se reclamaría del Papa Francisco (don Mario en Bergamo, Trani en Nápoles). Una de sus expresiones es el Diario Avvenire. Como le dijo el Papa al director del periódico “Vuestro plan debe atender las necesidades de los pobres, los descastados, los últimos”. El periodista apunta que estamos en un cambio de época que ha sido precipitado por el Covid. “Algo está cayendo, aunque no acabe de hacerlo..Y emerge la conciencia ecológica, con la reafirmación de nuestros valores más fundamentales, a saber, la solidaridad, la familia, la amistad, el entendimiento de la belleza de la naturaleza”. Una mezcla entonces de actitudes de la democracia cristiana y la izquierda del partido comunista. Esto suena sorprendente en un país, el nuestro, donde los rastros de democracia cristiana y el partido comunista han desaparecido.
Se trata como ve el lector de una situación de esperanza en la que la referencia que el autor del reportaje hace al patriotismo optimista de Manzoni y Verdi no suena retórica. El último intento de regeneración italiana fue la lucha judicial contra la corrupción, la tangentopoli, que el electorado rechazó optando por Berlusconi en 1994. Ahora el ímpetu, apunta Vulliamy, es moral y económico. No hay que incurrir en el pecado del optimismo pero las aspiraciones aparecen sólidamente fundadas y merecen, al menos por comparación, una seria atención.
PD: Aprovecho la ocasión para señalar que La Revista de Estudios Politicos, del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, acaba de dedicar un meritorio número especial al sistema político y constitucional italiano. El volumen ha sido dirigido por el profesor Jorge del Palacio, y entre sus contribuyentes, italianos y españoles, figuran los profesores Gianfranco Pasquino y Paolo Caretti, con sendos trabajos sobre las estructuras electorales y constitucionales italianas. A no perdérselo.