En 2017 pudimos disfrutar en los escenarios españoles de una apasionante pieza, Los Gondra (una historia vasca) -Premio Max-, de Borja Ortiz de Gondra (Bilbao, 1965), donde el dramaturgo vizcaíno repasada cien años de la historia de su familia, y, paralelamente, del País Vasco, un territorio especialmente castigada por el terrorismo de ETA, que sembró la destrucción en toda España y llevó a cabo una siniestra tarea de división en la sociedad y en las familias vascas, algo que se aprecia con nitidez en la obra de Ortiz de Gondra. Dos años después nos regaló Los otros Gondra (relato vasco) -Premio Lope de Vega-, en la que retomaba el asunto y volvía a deslumbrarnos. En ambas piezas, dirigidas en espléndidos montajes por Josep Maria Mestres, y publicadas por Punto de Vista Editores, Borja Ortiz de Gondra subía a las tablas como actor para interpretar al personaje que representaba a sí mismo.
Sin duda, el buen sabor de boca que nos dejó las dos obras pedía más. Ahora, vuelve a abordar la cuestión, si bien cambiando de género en su debut como novelista con Nunca serás un verdadera Gondra, y centrándose en el personaje de sí mismo. Conocemos así lo que en las piezas teatrales estaba dicho pero no desarrollado: la marcha de su protagonista lejos de su tierra, de su opresivo ambiente y de la incomprensión familiar que no aceptaba su identidad y su forma de vida. Siempre con reproches de que no era un buen hijo, parecía decirle: “Nunca serás un verdadero Gondra”.
Vemos a Borja, protagonista de la novela, en Nueva York, donde trabaja como traductor en un organismo internacional -impagables las descripciones de su atmósfera con esa Silvia Ábalo como jefa-, y vive con John, su pareja. Da la impresión de que ha logrado huir de todo, “rotas las amarras con los pasados que aún herían”, y trata de exorcizar el rescoldo mediante la escritura de una novela: “Los ecos de entonces arden como navajas entrando en la piel, tantos recuerdos que no son míos, que deben ser de nuestro padre o de cualquiera de aquellos antepasados de los que tan poco sabíamos, reminiscencias y memorias prestadas de Gondras que se encarnan en la página y a veces, solo algunas veces, calman el dolor. Hasta que llega la siguiente noche y la siguiente angustia cuando empieza el combate por alzar una casa de palabras”.
Pero una noche recibe una llamada que precisamente va a incrementar la angustia y le sumirá en un abrumador debate consigo mismo. Su prima Ainhoa le telefonea para comunicarle que su hermano ha muerto y que es el único que queda. Le pide que vuelva a su lugar de origen, Algorta, pues tiene algo que darle y ha de ocuparse de todo, al ser el heredero de la casa familiar. La tentación de no seguir esa solicitud es muy grande y su pareja le asegura: “Tu familia soy yo -afirmó con esa seguridad inquebrantable que tanto me había atraído cuando lo conocí-. Aunque no quieras casarte conmigo”. Pero, finalmente, Borja toma la decisión de regresar a Algorta. ¿Solo de esta forma podrán cerrarse las heridas y dejar atrás el sentido de culpa? ¿Acallar el perturbador ritornelo que le golpea sin parar: “Nunca serás un verdadero Gondra”?
En la propuesta narrativa de Ortiz de Gondra se va entremezclando dos líneas. Por un lado, las inquietudes de Borja, su presente, y el viaje a sus raíces, y, por otro, la novela que está escribiendo, en la que se nos cuenta esas raíces y las nada fáciles relaciones con su familia y entorno.
No es Nunca serás un verdadero Gondra el simple traspaso de un género a otro, del teatro a la novela, aunque en ambos se trabaje con la autoficción, y en los dos su autor consiga involucrarnos gracias a un dominio de los resortes teatrales en un caso y narrativos en el otro, con un estilo preciso y envolvente, pese a tratarse de una primera novela. El mundo, los secretos desvelados y el dolor del universo Gondra destilan autenticidad. No se arrepentirán de sumergirse en él.