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ARTE

Crónica. La Santa Transición a golpe de pincel y vida

Diego Medrano
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diegomedranotelefonicanet /12/12/23
jueves 15 de diciembre de 2022, 16:06h

En el Oviedo de las periferias radioactivas, en una pequeña galería llamada Dos Ajolotes, expone Juan Rodríguez Gutiérrez (quien firma como JUAN RDGUEZGTRREZ ESVA) su homenaje privado y público a nuestra Transición histórica: Luces y sombras. Nunca su debate estuvo tan vivo: la demolición del régimen del 78 trae ganancias inmediatas para sus arribistas. Luis María Anson llegó a cifrar la ecuación sucintamente: “Primero derribar la Constitución, y luego la Monarquía, quien es la que abrocha el régimen”. Espeluznante.

Luces y sombras (hasta el 26 de diciembre en Dos Ajolotes) pinta a los protagonistas de la Transición en grandes formatos (150x120/130x100), en una técnica sencilla de óleo, esmalte y acrílico, donde el efecto “pixelado”, como el de una televisión que se estropeara o funcionase con dificultad, otorga mucha velocidad al asunto. La imagen, a ráfagas, incendia la memoria. Partimos de la imagen atroz del dictador, concebido como un bodegón de Zurbarán, donde puede leerse con sugerente espray: “Naturaleza muerta”. Seguimos por los rostros significativos de la época: Tarancón, Carrillo, Fraga, Felipe, Gutiérrez Mellado y Estrada con Tierno Galván.

Naomi Klein ha dedicado todo un libro a la polarización (Polarizados, Capitán Swing) donde retrata cómo muchos políticos buscan lo ya contando, el rédito político de la confrontación. La Transición fue lo contrario, la puesta de acuerdo de fuerzas opuestas con tal de no romper el cesto, sacar a un país de una dictadura atroz y empezar a vivir todos al natural y con la mayor libertad posible. El dictador atroz, amigo de Hitler y Mussolini, debía quedar enterrado y todos los españoles querían vivir y levantar la persiana cada día sin mayores contingencias ni la bota encima.

Cuenta el artista bohemio entre vasos de vino de plástico y una luz roja en la mirada sobre sus personajes: “Eran otros tiempos por muy cercanos que estén. Tenían por cierto que estaban haciendo historia y a la vez armando nuestro futuro y el suyo, un poco más acomodado. Pero sabían que ése no era el premio, que no lo había porque las cuentas se rendían día a día en el presente turbio, envalentonado y con miedo que les había tocado. Igual que en una tómbola, les había tocado ser protagonistas, amarrarse a una democracia nueva y débil, salir en fotografías”. Ninguna valentía mayor que la de los espontáneos, la gente de bien, políticos siempre con el bien común como meta.

Sus óleos son fotogramas, sus imágenes son recuerdos o camafeos, aire de papel invade la pequeña sala expositiva donde un creador que ya no es joven sueña con tiempos nobles: “Cada personaje se preparaba para salir en cada fotografía porque ella misma era futuro e historia. Poses estudiadas, rostros afectados, serios, serenos hasta la terquedad, gestos pulidos, contenidos salvo cuando se exigía que no lo fueran, y sí exigentes o implorantes. Acuérdate de Nixon, se repetían para sus adentros, de su barba de tres días, de cómo le hundió”. La dramaturgia de la Transición fue pop, tabaco negro, trastienda con tortilla francesa y café solo, cubalibres entre un mar de pana por todas partes, gafapastas y lucha.

Podría hoy preguntarse a los renacuajos de la charla: “¿Y si los militares se hubieran levantado en armas por resucitar a otro jefe?”. Todos los padres de la Constitución cifran en solo eso su gratitud al Rey, a unas lealtades que no caducan, porque embestido con sus correajes y medallas, supo parar a un toro que ya bufaba y embestía tras la cancela. Las críticas, populares, son absurdas: “Podría haberse hecho mejor”. ¿Y quién lo hubiera hecho? ¿Usted? Todo podría hacerse mejor pero en la Historia lo que cuenta es lo que se hizo. Un proceso político admirable y admirado en todo el mundo. Una democracia recién estrenada entonces donde no se pasó la cuenta a nadie.

Luces y sombras llega a su poética radical en la voz de su autor: “Alejados de periodistas gráficos se distendían, se aflojaban el cinturón, asomaban las faldas de la camisa, se sonreían entre ellos y se despreocupaban de las luces y las sombras que dejarían atrás. Eran otros tiempos por muy lejanos que estén”. Naturalmente, sí, que se tejieron pactos oscuros, lucros secretos, amiguismos muy rentables, pero el país fue otro, hubo prosperidad y uno, con la fuerza de su trabajo, podía salir adelante. La oratoria del Congreso está ahí, sepultada en libros y hemerotecas, dónde los insultos de ahora, dónde la falta de vuelo poético, dónde las coletas y los vaqueros, dónde el navajazo a los propios socios de Gobierno o su mofa cruel.

JUAN RDGUEZGTRREZ ESVA, acrónimo en mayúsculas, concierto de consonantes sin vocales cerca del ruido, homenajea un tiempo que fue el suyo y para el que pide respeto. La memoria de los peores siempre es un ajuste de cuentas. Las diferencias entre arreglar la casa y tirarla abajo rezuman en el trato de todas las fuerzas políticas, entonces y ahora. Luces y sombras cuenta, por medio de paréntesis, un tiempo sin sonrisas congeladas a cada rueda de prensa y donde el apretón de manos era el mejor contrato. Polarizados no estamos mejor. Lo curioso, si lo pensamos desde la distancia, es que hubo más alegría que bronca, con dificultades por delante mucho mayores. La Santa Transición –como la bautizó Umbral- vino a hacer el bien a todos y el mal a nadie. Algunos nacimos entonces, 1978.

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