Tras la reseña de El espejo y el martillo, publicada en El Imparcial, entrevistamos a su autor, Manuel Álvarez Junco, diseñador gráfico de fama mundial. Este Catedrático Emérito del Departamento de Diseño e Imagen de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid inaugura exposición en Alicante: «Insight, la razón de la Sinrazón». En la sala Aifos.
ENTREVISTA CON MANUEL ÁLVAREZ JUNCO
- Manuel Álvarez Junco ha expuesto su obra, entre otros lugares del mundo, en Kuwait City («Break in, break out»); China («The hammer and the mirror»); Madrid («Aquí abajo» y «El martillo y el espejo»); y, recientemente, en la biblioteca más premiada de España, la municipal de Alovera («Otro espejo») y en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas –CSIC– de Valencia («La lógica del humor»).
¿Cómo va su exposición en Alicante?
Estoy muy ilusionado por presentar la obra gráfica que he estado realizando en estos tres últimos años. La sala Aifos de la Universidad de Alicante es un sitio especialmente adecuado para que se pueda ver durante todo este mes de marzo.
¿Puede contar a los lectores de EL IMPARCIAL su título y temática?
La exposición tiene un título con ecos quijotescos: «La razón de la sinrazón», aludiendo a la lógica que nos mueve a lo transgresor y absurdo. Es decir, el tema es la Inteligencia y el Humor, una relación que estoy tratando en los últimos tiempos.
Hoy en día, la Inteligencia Artificial es algo que fascina e inquieta a todo el mundo. Y grandes desafíos para las máquinas «pensadoras» son el ingenio, la intuición y la disrupción, tan propios del arte. Son precisamente esos los conceptos que desarrollan la serie de obras de Alicante. Este tema lo inicié hace un año en «La Lógica del Humor» en la Casa de la Ciencia del CSIC de Valencia.
Creo que es provocador a la vez que divertido el dilema que plantea a nuestra lógica –y qué decir a la de las máquinas– la necesidad de elaborar un arte rompedor.

Cartel de la Exposición en Alicante
- El pintor alemán Max Beckmann dijo que lo único nuevo en arte son las nuevas personalidades de los grandes artistas que van surgiendo en la historia y expresan los nuevos contenidos que la historia les ofrece. El rechazo profundo del carácter colectivo y doctrinal del expresionismo, y de las vanguardias en general, permanecerá como substrato de las posiciones individualistas que Beckmann adoptará frente a todos los movimientos artísticos colectivos con los que se encontrará hasta el fin de su vida.
¿Piensa que un individualismo tan feroz a la hora de crear pueda favorecer la novedad del discurso artístico?
Sorprenden las verbalizaciones que algunos artistas visuales realizan sobre su propia obra. Creo que poco se corresponde el pretendido individualismo con lo que transmite de hecho el arte porque el ensimismamiento del artista siempre es relativo. Tenemos casos evidentes donde un autor particularísimo y «raro», sirve de catalizador para plantear conceptos fundamentales no solo del hombre como ser solitario sino también, aunque no sea consciente, como médium del grupo. Un auténtico problema de algunos –grandes– artistas, como el excelente Beckmann, son sus atrevidas declaraciones teóricas. Me acuerdo, al hilo de estas manifestaciones, de Tapies, magnífico ejemplo en la España de los años ´60 de un arte matérico sorprendentemente sensual y táctil, casi mágico, que en absoluto correspondía con lo que él mismo teóricamente presentaba como «social» o incluso «político». En el extremo contrario, para mí, un genio como Paul Klee reflexionó y escribió de manera profunda y sincera sobre el arte y su obra.
¿Es posible destacar en la originalidad desde el grupo?
Siempre la pertenencia a un grupo te limita, aunque a la vez te protege. Depende de cada uno. En el momento en que te integras o te integran en un colectivo, encuentras una comodidad a la vez que un señalamiento por los ajenos. Y, con ello, un afán por autojustificarse, por defenderse. Pero no debemos olvidar que no es tan importante que te incluyan dentro de un grupo como que uno sea realmente original. Siempre hay que ser sincero –en el arte y en la vida– con uno mismo. La clave de la autenticidad y la originalidad es una obviedad: conocerse y evitar engañarse a sí mismo.
Laocoonte en la red. Composición incluida en la exposición alicantina
- El ensayista inglés Walter Pater propugnaba que el arte, a través de su propia forma, provocase sensaciones y sentimientos de placer. En consecuencia consideraba que el arte era independiente de cualquier moral.
En su libro El espejo y el martillo, a la hora de reivindicar a la transgresión como vía principal para que el artista alcance cuotas de autenticidad, las virtudes de cualquier ética y/o religión quedan fuera de su argumentación (quizá usted ni las mencione por ser esto una obviedad).
Pero díganos, ¿mantener el éxtasis, arder en la resplandeciente llama de la creación, será el éxito de su vida para ese genio que ha dejado a un lado cualquier consideración de tipo moral y social?
La moralidad y el compromiso social son irrenunciables para cualquiera, porque –siempre en mi opinión, claro–, el arte es una respuesta individual que representa al colectivo humano; es una llamada a los otros, un grito de solidaridad y de generosidad con los demás. Sin quitar un gramo de importancia a la moral, lo que exigimos en el artista es una sinceridad creativa, sin que importe tanto la diferente afiliación de Beethoven, Eric Rohmer, Picasso, Omar Khayyam, Basquiat o Maria Callas. Hay que releer a Samuel Beckett para entender el absurdo y las contradicciones del hombre: siempre su obra destaca –en el fondo– la imperiosa necesidad de los otros. Curiosamente el orden (contar con el grupo) y la transgresión individual son caras humanas de una misma moneda. Necesitamos todos y cada uno la tranquilidad y la pauta de un lenguaje común –colectivo– a la vez que la diversión y la fiesta de lo incorrecto, lo individual. No olvidemos que son imprescindibles el sueño y el sexo, tanto como la comida, el humor y la buena compañía.
Composición incluida en El espejo y el martillo
- Para la escritora norteamericana Susan Sontag el arte entendido como una imitación de la realidad sigue impidiendo a la sociedad moderna una cabal comprensión de la obra artística. Los críticos, en abstracto, han descartado la teoría del arte como representación de una realidad ajena en favor de la teoría del arte como expresión subjetiva, pero en la práctica siguen juzgando las creaciones literarias y artísticas, no como realidades independientes, autónomas, sino en relación con la realidad.
¿Cree usted que esta absurda separación entre forma y contenido, que mantiene la crítica actual, perjudica gravemente a la obra de arte a la hora de centrar la atención e instituir sobre ella valoraciones estéticas verdaderas y perdurables?
Estoy de acuerdo con Susan Sontag. El arte de representar las apariencias de lo que vemos es sin duda atractivo, pero creo que desde hace mucho tiempo –desde Duchamp, yo diría– no quedan muchas dudas de una mayor importancia de las creaciones conceptuales, de destacar y disfrutar de la inteligencia, ese guiño particular que nos hace identificamos con el discurso de un artista. Además hay que tener en cuenta que precisamente ese discurso es eficaz en cuanto que nos comunica más con la auténtica realidad. La pretendida representación de esta, lo sabemos perfectamente, nunca se consigue de verdad, porque es imposible.
Y, claro, por supuesto que forma y contenido son absolutamente inseparables cuando hablamos de arte. Esa es justamente su esencia y por eso es tan complicada una creación.
- El filósofo Friedrich Nietzsche escribió que el fin de esa suprema obra de arte que es la tragedia era la presentación del flanco horrible de la vida. Con ella se nos coloca ante el dolor, la aflicción de la humanidad, el triunfo de la maldad, el insultante imperio del azar, así como el fracaso del justo y del inocente.
Pero poco después de semejante pesimismo, el sesudo pensador añadió: «Todo artista alcanza la última cumbre de su grandeza tan solo cuando sabe verse a sí mismo y a su arte por debajo de sí, cuando sabe reírse de sí».
A Manuel Álvarez Junco se le nombra indistintamente como diseñador gráfico y humorista gráfico. El papel que juega el humor en su obra –un humor siempre basado en la imagen, nunca en el texto–; ese humor suyo tan inteligente y conceptual, resulta primordial para su creación artística.
¿Hasta qué punto considera que el humor del autor y la diversión del espectador colaboran a que la obra de arte genere la complicidad de quien la crea?
Lo serio es fundamental para todos, qué duda cabe. Y una obviedad es que el humor es lo contrario de lo serio. Lo que sorprende, y nos negamos a entender, es que el humor es tan importante como la seriedad. Y lo necesitamos tanto que lo utilizamos constantemente. ¿Por qué? Pues porque los contrapuntos son vitales.
El arte y el humor comparten esa finalidad de transgresión e ingenio, de complicidad, intuición y alivio, tan necesarias para todos.
En destacar esa confluencia está mi empeño.
Celda. Composición incluida en la exposición alicantina.
- Permítame para terminar esta alentadora frase de Virginia Woolf: «Las inmensas posibilidades del arte nos recuerdan que sus horizontes carecen de límites y que nada –“método” o experimentos, por locos que sean– está prohibido, salvo la falsedad y los fingimientos».
En este país nuestro en el que se llama «arte» a la más enojosa medianía, en el que solo brillan incapaces, falsos e ineptos coronados por los más espurios intereses, ¿cómo hace el profesor Álvarez Junco para que sus alumnos que son a la vez espectadores, oyentes y lectores, dejen de lado a esa infame recua del fingimiento y vuelvan sus ojos y oídos a la posibilidad de encontrarse consigo mismos a través de la obra de arte auténtica?
Uf, demasiado complicada es esa misión. Siempre resultan odiosos los consejos a los demás –sean amigos, hijos o alumnos– para que no caigan en donde hemos tropezado. Está claro que estamos condenados a experimentar cada uno personalmente cada piedra del camino. No vale de nada recordar el ancestral, sabio y revelador «conócete a ti mismo». Nadie lo entiende hasta que besa la lona. Y de qué sirve que alguien escuche una vieja recomendación: «Sé tú mismo». Lo aprenderá demasiado tarde, cuando ya haya sufrido el drama.

Manuel Álvarez Junco