Episodios en la vida de una esclava continúa como subtítulo con un Narrados por ella misma expresivo de su contenido. Quizás sea lo más impactante que yo quiero señalar de la lectura de este libro: la conmoción de la narración, en primera persona, de una vida que, sin tener acceso a formación como esclava que fue, consiguió superar esa como tantas otras barreras, para hacernos llegar su historia, su autobiografía, en la clara intención de despertar nuestras conciencias.
Dirigida a la mujer lectora -¿desconfiaba de la interpretación de esta historia en manos de un hombre o sabía acaso de la fuerza reivindicativa y de lucha que la mujer es capaz de desplegar?-, tiene muy claro a quién se dirige, quién es su destinatario final: «Lectoras, ¿han odiado alguna vez? Espero que no. Yo solo lo hice en una ocasión y confío en que no vuelva a ocurrir»; lectoras a las que interpela varias veces a lo largo del libro, y de las que espera una concienciación sin la que –quizás- no se mueva el mundo.
Es posible que no haya mejor recurso que la dura realidad para convencer. Es esa misma fuerza expresiva que en la actualidad alcanzan los libros de auto-ficción en que especialmente mujeres narran sus duras condiciones de vida: desde la nobel Annie Ernaux a la galardonada con el Premio Tusquets Editores de Novela Bárbara Blasco, es esta una escritura que toca, como ninguna otra, una fibra sensible.
Harriet Jacobs, una mujer de otro siglo (dos atrás tenemos que irnos para dar con su existencia), publicó su historia en 1860 bajo el pseudónimo de Linda Brent; avanzada a su época, tenía claro que necesitaba dirigirse a la mujer de Norteamérica, ella que procedía del sur, para concienciar sobre la vigencia de la esclavitud; eso era antes-de-ayer, como quien dice.
Y esta vez sí voy a contar el final: «Me basta con la satisfacción de saber que me dejas siendo una mujer libre», la despide la madre para la que ha trabajado cuidando a su bebé. Un final feliz para esta autobiografía novelada, la de una persona especialmente concienciada que, escrito el libro, por fin sin necesidad de huir ni de esconderse, dedicó el resto de su vida a la lucha por los derechos civiles. Tanto por lograr, desde la propia educación de unos hijos que no habían conseguido, como sí lo hiciera ella, aprender a leer y a escribir.
Alas -las de la escritura- que le permitieron un desarrollo espectacular como persona y una lucha sin cuartel por ella misma y por los derechos humanos. Pensamos en la esclavitud como algo muy lejano, que en realidad sucedió hace poquísimo. Así, la protagonista Linda nos interpela: «Pueden fiarse de lo que digo, pues escribo desde la experiencia. Pasé veintiún años encerrada en aquella jaula de pájaros obscenos. Por lo que he vivido y he visto, puedo dar fe de que la esclavitud es una maldición tanto para los blancos como para los negros. Hace que los padres blancos se vuelvan crueles y lascivos, y los hijos, violentos y promiscuos; corrompe a las hijas y sume a las esposas en la desdicha. Y, por lo que respecta a la raza de color, se necesitaría una pluma más hábil que la mía para describir el alcance de sus sufrimientos, la profundidad de su degradación». La pluma la tenemos aquí, pese a su modestia; como las pruebas de esa degradación. Solo nos queda leerla.
Ese es el logro de este libro: la franqueza, la cercanía y la proximidad de la narración. Resulta un texto creíble, próximo e indignante; sobre todo esto último.