Impresionante rendimiento del murciano de 19 años. Acomplejó en California al ruso, que venía de ganarlo todo, y regresa a la cima mundial.
Carlos Alcaraz tiene 19 años. No parece mala idea recordarlo cada tanto, dado el asombroso volumen de éxitos que está cosechando. Su talento rebosa cualquier expectativa y medida de control del entusiasmo en torno a su dimensión como tenista. Simplemente ya ha demostrado que si disfruta de un día bueno, de esos en los que le entran las dejadas quirúrgicas y su derecha cruzada y su revés paralelo vuelan hacia las líneas, no hay rival que sea capaz de aguantarle. Este domingo le tocó el turno a Daniil Medvedev, en la final del Masters 1.000 de Indian Wells (6-3 y 6-2).
El ruso, otrora mejor tenista del planeta, llegaba a este evento al galope de una racha triunfal. Contaba 19 victorias seguidas en un arranque de año que ha superado con creces todos los pronósticos más optimistas sobre su rendimiento. Desde que cayera en tercera ronda del Abierto de Australia, en enero, ha ganado los torneos de Rotterdam, Doha y Dubái -dejando en el camino, entre otros, a Novak Djokovic-. La versión más elitista de su juego le encuentra defendiendo con pegamento, desesperando al rival, que tiene que ganar el punto dos o tres veces más de lo esperado.
Pues bien, el moscovita le duró al nuevo emblema del deporte español una hora y 12 minutos. Nada más. El problema para Daniil en esta fecha, y para aquel que quiera discutirle a 'Carlitos', es que si el diamante murciano disfruta en la pista, arrasa. Su frondoso estilo, mandón desde su potencia y su lectura de las situaciones, desde su precisión inimaginable y su mentalidad de veterano campeón, termina por empequeñecer tanto las virtudes del oponente que rápido se torna el encuentro en una exhibición.
REGRESABA DE LESIÓN
Entre las muchas virtudes que condecoran a este fenómeno tenístico sobresale su capacidad de recuperarse de los malos momentos. Por mal momento se entiende un punto fallado, una inercia negativa sobrevenida en pleno partido o una lesión. Este último contratiempo le ha sacado de la dinámica varias veces en su corta carrera. Lleva a su cuerpo al límite. En el pasado curso sufrió tres dolencias en diferentes zonas -en los últimos seis meses-; y tras su victoria en el US Open de 2022 le volvió a flaquear su anatomía. El abdomen y la pierna derecha le han quitado la posibilidad de jugar el Grand Slam australiano en este curso, y se le escapó el título de Río por otra lesión -isquiotibiales- en la final. Hace sólo dos semanas. Pero ha vuelto a la acción con un resultado óptimo: descorcha el champán californiano y recupera el número uno del mundo.
Poco a poco, en esta semana ha entrado en ritmo -después de sacrificar su comparecencia en el torneo mexicano-. Lo ha hecho, de paso, cruzando fronteras mentales muy valiosas. Ganó por vez primera a Félix Auger-Aliassime -tras tres derrotas en sus enfrenamientos previos- y remarcó su superioridad sobre el complicado Jannik Sinner -en lo que se augura como la rivalidad del futuro-. En ese 'crescendo' de sensaciones, acompañado siempre por Juan Carlos Ferrero desde el palco, ha ido aflorando su grandeza. Y este fin de semana ha estallado.
ESPECTÁCULO PURO
Saltó a la pista con voluntad atronadora y una intensidad que rápido mandó a la lona a Medvedev. En un pestañeo se disparó hasta el 3-0 inicial, ya con la tribuna a sus pies. Porque su tenis es muy vistoso y llena a todo tipo de paladares, al tiempo que vacía de contenido a la resistencia de su contrincante. El granítico moscovita se deshizo en los primeros intercambios y no remontaría el vuelo. La exuberancia del español le arrebató la convicción entre derechas ganadoras, globos, voleas, dejadas y una presión agobiante.
La "pared" rusa, de 1.98 metros, se diluyó ante el frenesí ganador del murciano. Demasiadas revoluciones y acierto. La seguridad de "Carlitos" pintó un monólogo que ganaría peso y profundidad a lo largo de la noche. Lo completo de la paleta del tenista nacido en El Palmar, con un saque pulido y un resto que empieza a sembrar el terror en el circuito, zanjó el set en 35 minutos. Su autoridad sembró la grada de murmullos de pasmo, con golpes de videoteca. El repertorio habitual, en resumen.
Y aceleró aún más en la segunda manga. No había tiempo que perder, camino del trono sito en la cima del tenis. En el entretanto, la afamada resiliencia de Medvedev mutó en unas dudas rayanas con el complejo. No se atrevió el ruso a casi nada. Dejó de correr para perseguir las dejadas de Alcaraz, que jugó con él, más que contra él, en amplios tramos del partido. Y con celeridad, entre cañonazos y la delicadeza de su muñeca, se propulsó hasta un 4-0 muy propicio y descriptivo. El orgullo no le llegó al 6º de la ATP más que para rascar dos juegos. Recibió 19 golpes ganadores y solo conectó cuatro. Ni siquiera pescó una sola bola de 'break'.
TRABAJO Y GRATITUD, SU LÉXICO
Ya con el trofeo entre las manos, Alcaraz reflexionó sobre una hoja de servicios sólo comparable a la de Rafael Nadal. No obstante, sólo el zurdo legendario y él han conseguido, en toda la historia, tres Masters 1.000 antes de cumplir los 20 años -Indian Wells, Madrid y Miami-. "Muchas gracias por todo. Sé que soy muy joven y que tengo muchas cosas por aprender y que no es fácil (...) pero gracias por todo. Empecé el año muy bien pero he tenido algunos problemas con las lesiones así que quiero daros las gracias por estar conmigo todo el tiempo, por ser pacientes y por todo el duro trabajo", manifestó, en referencia al equipo técnico liderado por Ferrero.
"Este torneo es muy especial desde la primera persona a la última que trabajan aquí. Me siento de verdad increíble jugando aquí (...). Este torneo es algo especial y estoy deseando jugar de nuevo aquí al año que viene", sentenció, para despedirse ovacionado. Con su octavo título bajo el brazo y después de otro renacer en el que más que su genial juego destacan, como la mejor noticia, su nervios de acero. No ha cedido ni un set en el torneo del desierto californiano del valle de Coachella. Misión cumplida. Próxima parada: revalidar el cetro en Florida. Y afianzarse como el mejor de todos, ante la ausencia de Djokovic -que sigue sin poder entrar en Estados Unidos al no estar vacunado contra el coronavirus-.