«Lo que no se nombra no existe», nos apunta el prólogo. Nadie en esta tierra es una novela con prólogo que introduce en la acción, que narra uno de los dos personajes importantes de esta novela: un sicario que permanecerá en el trasfondo, como oscurecido, del que sabremos poco; en realidad −creo−, es alguien que se reserva para salir a la luz en una próxima novela.
Porque Víctor del Árbol es un autor prolífico –autor, entre otros títulos, de La víspera de casi todo, que se alzó en el Nadal 2016, Antes de los años terribles, y El hijo del padre-, que sin embargo escribe novelas cargadas de cartuchos; a ver si me explico: en las que no se guarda nada bajo la manga, imbricando historias, peripecias, embrollos, desastres... de una forma que no se si se acerca a la vida real, pero se lo parece en la peor de sus formas.
Víctor del Árbol busca encontrar sentido a lo que ocurre, explicar las razones por las que el alma humana actúa con tanta negrura, las motivaciones que llevan al mal, a la desazón, a los abusos, a la violencia; lo peor es que lo logra. Nos creemos a sus personajes, y aunque pueda parecer inverosímil tanto ir y venir, el caso es que las situaciones encajan y se explican.
No puedo ni debo decir nada de la novela. Es una policiaca con un gran trasfondo negro. Es una novela negra que no responde a ninguno de los casilleros en que expertos como Javier Sánchez (el profesor de la única universidad que dedica una de sus asignaturas a la novela negra) estructura esta narrativa. Tiene su equipo policial investigador, con sus buenos y sus malos; tiene espacios geográficos en un recorrido de Barcelona a Galicia con su Costa da Morte y un salto a México; tiene un desarrollo completamente humanista de todos sus personajes, a los que acabaremos entendiendo en su actuar; tiene interés por conocer los porqués de los crímenes y sobre todo, del actuar de los criminales; y tiene también una hibridación de todos esos aspectos con recorridos por esos escenarios: el de la violencia extrema en México, el de la droga en Galicia, el de los bajos fondos y los abusos de cualquier gran ciudad, el de las rencillas familiares de las poblaciones rurales... Su temporalidad nos lleva de los primeros años de este siglo, allá por el 2005, a la década de los setenta del siglo pasado, mientras crecían los chavales que ahora son adultos y resuelven.
Y tiene, quizás lo que más me ha gustado, un escudriñar en la infancia para entender qué nos hace, de quiénes somos hijos y por qué nuestras actuaciones siempre acaban teniendo motivos concretos. Pero también escudriña el olvido, la memoria, la desmemoria, como la culpa. De todo eso habla esta novela.
Ni siquiera me he referido a su protagonista. Lo he mencionado al principio, cuando en el prólogo aparece el otro gran personaje, el sicario. El protagonista es un policia, Julián Leal, alguien con mala suerte en la vida, a quien acaban de diagnosticar un cáncer que podría ser terminal. Con todo y con eso, o quizás precisamente por eso, se implica más que nunca en la resolución de un caso. Hasta liarla. Y ya estoy diciendo más de lo que debería, así que ahí lo dejo. El resto de los personajes hacen que parezca casi una novela coral, donde todos tendrán su resolución clarísima, porque ya digo, Víctor del Árbol la lía pero concluye. Porque Nadie en esta tierra se libra. No hay como hurgar en la complejidad y en las contradicciones de nuestra sociedad.
Si puedo añadir algo, diría que la novela va de cuentas pendientes, porque el universo no olvida nunca.