El nuevo libro de Marcos Giralt Torrente (Madrid, 1968), compilación muy cuidada de trabajos de diversa extensión publicados desde el año 2000 hasta recientemente, lleva por nombre Algún día seré recuerdo, tomado de un artículo espléndido que vio la luz en el periódico bonaerense Clarín el 2012. Del mismo año es el divertido collage pop de Sean Mackaoui de la portada del libro, viñeta ilustrativa de lo narrado en la primera parte del artículo en cuestión.
Aunque el lector pudiera esperar un texto sobre la pervivencia más allá de la vida y la rememoración, en realidad, “Algún día seré recuerdo” es la frase inicial. Enseguida -siempre en primera persona, como es habitual en la literatura introspectiva de intensa impronta autobiográfica de Giralt Torrente- los recuerdos se ciñen a los que alberga un hijo acerca de su padre, los “más comprometidos” en el sentir del escritor, y a cómo la paternidad, de la que disfruta desde hace pocos años en el momento de la narración, confiere una perspectiva adicional a la memoria. Dos disputas contrapuestas: una estampa muy graciosa entre niños y otra desabrida y un punto ridícula entre adultos del mundo literario dan paso a una reflexión de tono aforístico del narrador, víctima del segundo enfrentamiento: “La línea que nos separa de la tragedia a menudo es tan fina que puede cruzarse en un instante” (p.252).
El artículo reúne, a mi parecer, características que lo hacen propicio para presentar al lector primerizo la poética de Giralt Torrente y la elegancia de su estilo narrativo, reflexivo y sobriamente irónico. Pero el libro agrupa treinta y nueve trabajos -de factura literaria, por más que casi todos procedan de diarios o de publicaciones periódicas- que apuntan, en gran medida, hacia las mismas preocupaciones que encontramos en la obra de ficción del escritor: los hilos frágiles y resistentes que enlazan las relaciones interpersonales en la familia y en la vida cotidiana, preferentemente las vivencias del hijo con el padre y con la madre -la mayoría de las veces por separado, no con ambos a la vez-, así como las del padre con el hijo; acontecimientos del ámbito doméstico; los trampantojos de la remembranza turbadora y esquiva; la culpa, los miedos y sus máscaras; la necesidad de dar y recibir afecto; el arte y la literatura. El mundo de lo cercano, en suma, visto como condensación de los grandes temas a los que contiene en abreviatura y descubre in nuce.
A ello hay que añadir el relato del confinamiento durante la pandemia, algunas conferencias dictadas en foros diversos y un par de crónicas de viaje. Tal la excursión intermitente por la suspicacia de los isleños a la mayor de las ancestrales y literarias islas Aran, relicario del gaélico irlandés, y un ágil y sucinto diario de una semana de estancia en Nueva York.
En los trabajos sobre Tólstoi, Dickens, Heimito von Doderer o Bioy Casares, amén del conocimiento riguroso de la obra, se detiene Giralt Torrente en pormenores psíquicos y detalles de la vida de los escritores que iluminan aspectos estilísticos o rasgos compositivos no fáciles de apreciar de otra forma. Son varios los textos que se centran en artistas plásticos como Matisse, por quien Juan Giralt profesaba devoción, o Kurt Schwitters, a raíz de una conferencia dictada por el escritor en el Thyssen.
Dentro de este campo, revisten un interés fundamental los prefacios de catálogos dedicados a pintores tan singulares y relevantes para Marcos Giralt Torrente como Juan Giralt -su padre y protagonista de la novela Tiempo de vida, galardonada con merecimiento con el Nacional de Narrativa 2011- o al grabador y pintor panameño Julio Zachrisson, tío materno, con motivo de la celebración en Madrid, en 2015 y 2021 respectivamente, de sendas exposiciones.
En el entorno familiar se encuadran, igualmente, “Carta blanca”, dirigida al abuelo Torrente Ballester, quien también protagoniza “El novelista y su circunstancia”; “El perdón”, recuerdo sutil, contradictorio y sensible del escritor y tío carnal Gonzalo Torrente Malvido, y el precioso relato de las peripecias vitales de la tía Carmen Giralt, “Una mujer admirable”, tres muestras de cómo un gran escritor otorga marchamo literario y sabe transmutar a una persona en personaje de ficción de forma convincente para el lector.
Los artículos no están dispuestos según un criterio cronológico ni lineal pero tampoco se suceden de forma arbitraria, si no me equivoco. Parece que puede adivinarse cierta prelación vital o afectiva y grupos temáticos. Cierra el libro “Hacer real lo real”, una lúcida meditación sobre cuestiones y denominaciones de teoría literaria, fechada el 2011. Otros escritos posteriores se sitúan, en cambio, al principio. Así, lleva fecha del 2016 “Isla de memoria”, evocación del poeta José Bergamín con la que comienza el libro dando pie a una perspicaz observación en torno a la vulnerabilidad de los recuerdos: “Mi recuerdo es el recuerdo de un recuerdo recordado, la distorsión de una distorsión, una isla de memoria ajena que he hecho mía por la impresión que me causó” (p.9).
Dada la cohesión estilística y temática del libro -a despecho de su naturaleza recopilatoria-, y los ecos y resonancias que se perciben entre varios de los textos, cabría interpretar, con un cierto atrevimiento, “Isla de memoria” como una suerte de versión moderna de la invocación a la musa que preside los poemas épicos antiguos. De septiembre del 2022 es “Javier”, obituario dedicado con afecto, gratitud y verdad a Javier Marías, uno de los textos cortos más redondos junto a la semblanza del escritor mexicano Sergio Pitol, de tamaño medio, y “El sueño de los heroes”, nombre del magistral ensayo largo sobre el argentino Bioy Casares, en el que hallamos, además de lo que quedó dicho, un luminoso recorrido de índole fenomenológica por los conceptos, tantas veces asociados, de carácter y destino.
Algún día seré recuerdo es, en fin, un libro excelente, muy personal y lleno de atractivos para el amante de la buena prosa y de la narrativa ensayística.