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ENTREVISTA

Xenia García: "Las heridas de nuestra infancia son las cicatrices que lamemos de adultos"

Xenia García en la presentación bilbaína de Cárceles de azúcar  junto a Pedro Ugarte
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Xenia García en la presentación bilbaína de Cárceles de azúcar junto a Pedro Ugarte
José Manuel López Marañón
jueves 15 de junio de 2023, 08:41h

La aparición de Cárceles de azúcar, su segundo libro de relatos, casi ha coincidido en el mercado con la publicación de Kudryavka, primera novela suya. Se libra de que le haga la inevitable pregunta de si, como autora de cuentos, planea dar el salto a la novela, pero no de otras relacionadas con esta inhabitual coincidencia.

Uno de sus cuentos de Cárceles de azúcar centrados en la infancia se titula también Kudryavka algo que, en ruso, quiere decir «pequeña de pelo rizado». No es infrecuente, en el cine, que el director de un cortometraje de éxito lo lleve después al formato de largometraje. Lo hemos visto hace poco con Madre, de Rodrigo Sorogoyen. Más raro resulta que un cuento se agrande hasta convertirse en novela... Díganos, ¿está Kudryavka relato en el origen de Kudryavka novela?

Efectivamente. El origen –uno de los orígenes, para ser más exacta– de mi reciente novela es ese relato del que habla. Por primera vez sentí que un personaje me exigía mayor profundización en la historia que Pepa quería contar, que no bastaba con un cuento. Terminé el relato, terminé el manuscrito de Cárceles de azúcar, lo dejé reposar, lo corregí varias veces, pero Pepa permaneció en mi estado de ánimo durante mucho más tiempo. Hasta que un día me puse a escribir para averiguar por qué. Una vez escuché a Antonio Muñoz Molina afirmar que los libros de ficción se escriben solos, que uno no escribe contar lo que sabe, sino precisamente para saber lo que tiene que contar. Eso mismo me ocurrió a mí. Fue un proceso de indagación muy interesante que no había experimentado antes.

En caso de ser así, ¿qué diferencias encontrará el lector de la novela respecto a ese cuento centrado en una chica de doce años, pobre, que para asistir a un colegio de señoritas debe limpiarlo y que se identifica con una perrita?

El cuento está centrado casi en exclusiva en la infancia de Pepa, pero ya apunta a varios de los temas que me han interesado siempre y que se desgajan en la novela. Las infancias rotas, por ejemplo, no solo por la clase social en la que se nace, sino aquellas infancias quebradas por el poder, por el abuso de poder de los más fuertes hacia los más débiles, en este caso por el atropello de los adultos. También el silencio y la culpa que se arrastra durante toda la vida. Digamos que la novela narra un episodio muy doloroso de esa Pepa adulta que encuentra las raíces de su comportamiento en la niña que fue, o más bien en la niña que no pudo ser porque no la dejaron. Es un tópico considerar la infancia como la patria a la que regresamos de tanto en tanto, pero creo que es un tópico acertado. La infancia conforma nuestras estructuras vitales una vez que somos adultos. Nos sitúan en el mundo. Las heridas de nuestra infancia son las cicatrices que lamemos de adultos.

Con independencia de similitudes argumentales, y tras escribir dos libros de relatos:

¿Cómo se ha encontrado Xenia García a la hora de narrar para un género de mayor extensión?

Al principio con mucha cautela. He escrito cuentos desde siempre, pero recordé que con trece años escribí una novela corta y lejos de sentir miedo, me encontré cómoda en el género. Es la historia la que manda. De todas formas, creo que la estructura de mi novela bebe directamente de la experimentación que me ha permitido el género del cuento. Por eso son capítulos cortos, casi relatos en sí mismos. En mi novela hay una clara voluntad por la indagación formal, por exceder los límites atribuidos a uno u otro género.

Los dieciocho cuentos de Cárceles de azúcar dan sensación de vividos, de cómo Xenia García está ahí, muy próxima a lo que en ellos sucede. Alguno viene protagonizado con su propio nombre; en los demás da voz a mujeres ficticias como Valentina, las cuales, resultan privilegiadas testigos de los acontecimientos relatados por usted.

¿Cómo transmite de manera eficaz, y en tan distintos niveles, su cercanía con lo narrado?

Creo que todo parte de una mirada singular en el mismo acto de observar, una mirada que intenta ver las costuras de lo que ocurre a nuestro alrededor. Hay miles de cuentos en la periferia de lo que llamamos realidad. Flotan en las esquinas. Lo difícil, claro, es mirar y escuchar de verdad, desprendernos de los automatismos y de la pereza en el mirar. Para hacer literatura –pienso– hay que subirse a un tren, beber en los bares, tener noches de amor, bailar en la playa, hay que deshilachar las calles de tu ciudad en un continuo viaje y hay que tener siempre a Ítaca en la mente. Hay que vivir y escuchar atentamente la vida de los demás.

Escribimos literatura en soledad, pero nunca, nunca, hacemos literatura en soledad. Hacemos literatura en sociedad, en la vida, en compañía. En los bares, en los trenes y jardines. Hacemos literatura con el cuerpo, con un temblor en los labios, con hambre y la boca seca. Quizás la cercanía venga de ahí. Escribo ficción, pero siempre intento que haya mucha verdad en lo que narro.

El principal grupo de relatos de Cárceles de azúcar aborda las relaciones amorosas y amistosas. Hasta en seis ocasiones se centra usted en ellas para ofrecer diagnósticos no muy optimistas, siempre inquietantes. Los cuentos generados por estos desencuentros son íntimos, intensos…

¿Considera que en la vida real las parejas estén expuestas a peligros tan variados como estos por los que pasan sus personajes?

Podría afirmar que las relaciones amorosas, en mi caso, no son un tema en sí mismo, sino el lugar o el espacio donde ocurren muchas de mis historias. Somos, o nos conformamos, en nuestra relación con el otro. Por eso me parecen sumamente interesantes las relaciones personales, sean de la índole que sean.

Para mí es fundamental el tratamiento psicológico de los personajes, porque lo fascinante es el ser humano y las relaciones que establecen entre ellos.

La literatura tiene la capacidad de indagar en el inconsciente colectivo y de romper silencios. En ese sentido, me identifico más con la literatura que duele y que conmueve que con la que busca simplemente un entretenimiento. Así que no todas las parejas tienen una vida como los personajes de mis cuentos, claro, pero en mis obras he intentado abordar la incertidumbre contemporánea de quiénes somos y la premisa de que las certezas absolutas, cuando hablamos de seres humanos, no existen. Siempre hay cierto punto de extrañeza. Por eso el proceso de escritura es sobre todo un proceso de descubrimiento de mi entorno.

Y respecto a su pregunta, creo que la vida real supera con creces los peligros que narro en mis cuentos. De hecho, muchos de ellos –aunque le cueste creerlo– han surgido observando precisamente esa realidad.

En otros bloques temáticos del libro como son la infancia y el trabajo sus finales, asimismo contundentes, son durísimos…

¿Encuentra la vida tan dura, inhóspita y salvaje como en su libro?

No sabría qué responderle. Honestamente creo que la vida en ocasiones es mucho más dura y salvaje que mis relatos. Quizás Kudryavka, mi novela, sí alcance niveles poco soportables sobre la naturaleza humana más oscura. Pero créame cuando le digo que en el proceso de documentación para escribir la novela me enfrenté a cosas muchísimo más dolorosas que las narradas.

Lo monstruoso siempre ha sido motivo de ficción. Los clásicos mostraban el monstruo como algo que provenía del exterior. El mal, como abstracción, estaba fuera, cerca de nosotros, pero fuera. De esta forma es más fácil luchar contra el mal. Luego, progresivamente, la maldad comienza a aparecer dentro del ser humano. Narrativamente hablando, me interesa enfrentar a mis personajes no solo a sus miedos, sino también a sus monstruos interiores.

Sin embargo, me considero una persona sumamente vitalista. Narro desde las grietas de la experiencia porque es mi forma de entender la literatura, no la vida.

¿La literatura es una forma de catarsis para su supervivencia?

Para mí sin duda.

La escritura como actividad solitaria profundiza en nuestras heridas y las transforma en palabras y al hacerlas palabras, las despojamos del dolor, las compartimos y las exponemos. Para mí la literatura es desgarrar el silencio tras el que nos escondemos. Es la oportunidad de decirle al mundo: mirad, estas son mis heridas. Estas son mis cicatrices. Y comprenderlas. Comprender el mundo, poner cierto orden en el caos que es vivir. Concibo la escritura como un acto de empatía.

La confluencia de tramas y el encuentro de personajes en muchos de los relatos que conforman Cárceles de azúcar acaba por resultar una seña de identidad de este libro. Un libro que, para mí, es una colección de cuentos. Pero habrá quien diga cómo, en realidad, estos dieciocho suyos apenas esconden una novela, bastante autobiográfica, sobre una mujer que sintiéndose diferente desde niña aspira a ser escritora (una de las múltiples lecturas que pueden extraerse de texto tan poliédrico como es este).

¿Qué contestaría a quien opine así?

La semilla de Cárceles de azúcar está en una conversación con Carlos Castán sobre qué es ser un hombre como Dios manda. Ese intercambio de opiniones fue creciendo y tomando forma en lo que llegó a ser el manuscrito final, casi un alegato contra el pensamiento binario, contra la obsesión del ser humano por los sistemas antagónicos, complementarios o diferentes. El bien y el mal; lo bello y lo feo; lo propio y lo ajeno; lo masculino y lo femenino, tánatos y eros, ficción y realidad; cuento y novela.

Los relatos estarán dispuestos en dos partes que pretenden ser dos versiones de la misma realidad y serán ambos relatos juntos los que constituyan la historia completa o se complementen.

Tiene razón en lo que menciona sobre el género. Para algunos será una colección de cuentos, mientras que para otros es un coqueteo descarado con el género novela. Cada vez me interesa más la indagación formal, las decisiones estéticas que abunden en el tema, claro. La apuesta estética siempre tiene un impacto en la mirada crítica.

¿Puede considerarse a Cárceles de azúcar como un brillante y aprovechado ejercicio de aproximación a la novela?

Creo en la fluidez de los géneros, en lo que Monterroso llamó el movimiento continuo: «El ensayo del cuento del poema de la vida es un movimiento perpetuo». Los géneros están al servicio de la historia narrada y los contadores de historias acudimos al cuento o a la novela indistinta o simultáneamente. El momento vital del escritor también es determinante, claro, porque la novela requiere una inmersión absoluta a veces poco compatible con la conciliación de la vida familiar. Escribo y leo cuentos desde que era niña y hace unos meses sentí por primera vez que mi historia requería una mayor extensión. Hace un par de años que leo fundamentalmente novela, pero no encarcelo las historias que quiero contar en un género. La vida es compleja y a veces es ensayo, novela, cuento o poema. O todo a la vez.

¿Simultaneó la escritura de Cárceles de azúcar con Kudryavka novela?

No, terminé Cárceles de azúcar un año antes de comenzar la novela, pero por diversas circunstancias la dejé reposando en un cajón. Es complicado publicar cuentos en España, a pesar del prestigio que tiene el género. Ese prestigio no se traduce en ventas ni número de lectores. La publicación de los dos libros ha coincidido prácticamente en el tiempo por puro azar. Decidí presentarlos a dos certámenes y resultaron ganadoras.

Los relatos de Cárceles de azúcar son frescos y ágiles algo que, salvo algún «genio» esporádico que asegura no necesitar los tachones, solo se consigue corrigiendo los textos una y otra vez.

¿Puede confirmar que estamos ante una autora muy perfeccionista en lo tocante a las cuestiones de estilo?

No sé si es perfeccionismo o inseguridad, pero lo cierto es que Cárceles de azúcar lo corregí una docena de veces. Su estructura es compleja y yo no quería que se vieran las costuras. Me costó mucho tiempo. Sin embargo, Kudryavka apenas la corregí, por más increíble que parezca.

Para terminar esta entrevista le pediría que dijera a los lectores de EL IMPARCIAL qué autores de cuentos han podido influir más sobre tu actividad creadora. También querríamos saber alguno de sus escritores favoritos, con independencia de que hagan relatos.

Soy una lectora desordenada. Cuando me preguntan por mis influencias literarias no sé bien qué responder, porque mis lecturas van de la mano de mi estado anímico y mi momento vital. Toda literatura nace en su contacto con lo anterior, ya sea por continuidad o por ruptura. No creamos a partir de la nada, así que en parte soy producto de mis lecturas, como lo soy de mis experiencias. Hay muchísimos autores de cuentos que citaría: Cortázar, Clarice Lispector, Carlos Castán, Lorrie Moore, Sara Mesa, Cristina Fernández Cubas, Alice Munro, Cheever, Hemingway, Samanta Schweblin, Eider Rodríguez, Aixa de la Cruz, A.M. Homes… ¡tantos! Entre esos nombres están también algunos de mis escritores favoritos.

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