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Maldita misoginia

Laila Escartín Hamarinen
jueves 22 de octubre de 2009, 21:50h
Esta tarde entré en el nuevo bistrot de la calle Santiago, Maximiliam, que está a punto de inaugurarse, y lo primero que vi fue una bolsa de papel de Lavazza, el café. En la bolsa había una mujer que llevaba un vestido translúcido, en una playa. Y me pregunté qué tendrá que ver una mujer semidesnuda en una playa con el café. Me dieron ganas de vomitar o de coger una metralleta y liarme a tiros con los misóginos que habían diseñado la campaña publicitaria. Lo malo es que si me liara a meterle tiros a todos los que hacen anuncios o demás cosas misóginas, ya no podría hacer otra cosa en esta vida, más que eso, meter tiros a bocajarro y acabaría matando a la mitad de la población del planeta, o a más de la mitad; ya no tendría tiempo para escribir, ni pasar tiempo con mi hija, ¡qué lástima! Así que decidí no sacar el rifle, en vez, me senté ante el ordenador (con la esperanza de acabar la columna en 15 minutos para poder ir a cenar con mi hija a tiempo) a escribir esto.

Odio la misoginia. Estoy repugnada por la sociedad que no admite lo misógino que es todo: la televisión, el cine, la música pop, la publicidad, la religión, Dios. Desde que los dorios llegaron de las montañas y se hicieron con Grecia, el hombre occidental es misógino, y hoy, llegados al siglo XXI sigue siéndolo mayoritariamente tanto como antes, lo único que ha cambiado es la forma de ejercer la misoginia. Ahora el misógino se ha vuelto astuta y perversamente sutil, es difícil percibir su apestosa misoginia y las víctimas no se percatan del maltrato al que están sometidas diariamente. El misógino se ha vuelto un experto en lavar cerebros, y las mujeres marchan en masas y por voluntad propia a malignas salas de operaciones a ser mutiladas para complacer al macho que la desea, a ser mejores objetos sexuales del macho misógino dominante.

¡Mujeres, escuchadme, sois unas esclavas estúpidas y lastimosas al acceder a que os torturen, os recorten y os modifiquen para ser mejor aceptadas por los hombres! Vuestro valor como seres humanos no es directamente proporcional al tamaño de vuestras tetas, ni a la lisura de vuestra piel, ni a la gordura de vuestros labios. Unos labios occidentales hinchados son señal de enfermedad, no de sensualidad, nuestra raza no incluye unos labios carnosos y enormes, como los de los africanos o ciertas razas asiáticas. No se crea belleza al forzar los armoniosos rasgos de una raza a patrones que no le corresponden. Mujeres, escuchadme, ¡os han tendido una trampa mortal y estáis cayendo como moscas! ¡Qué feliz cena proporcionáis a la Gran Araña Patriarcal! Todo se reduce a dos cosas: a la perversión del hombre; y a la estupidez de la mujer, que a su vez proviene de las inexistentes autoestima y amor propio de la maltratada. ¡Abrid los ojos de una maldita vez si queréis dejar de ser maltratadores y maltratadas! Amén.
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