Con descargas y sin humos
miércoles 22 de diciembre de 2010, 21:28h
No he rozado ni un euro de los premios de la lotería navideña y vivo estos tiempos cambiantes padeciendo la losa de que dentro de menos de 10 días ya no podré fumarme un cigarrillo mientras saboreo el primer café de la mañana en el bar de la esquina, ajena al mundo y con la mente absorta en el periódico. De pronto, ha desaparecido de mi vida ese bendito instante del día recién estrenado en el que los soñadores aún seguimos fantaseando con la esperanza de que hoy, por fin, ocurrirá algo grande. Pero es por mi bien.
Por supuesto, nada de cigarrillos humeantes para entretener la ansiedad y las manos tampoco durante el resto del día. Las sanciones pecuniarias son tan duras, que más nos valdría a los fumadores, seres oscuros que ya nadie quiere tener cerca porque no sólo nos matamos sino que asesinamos a otros con alevosía, hacer una pedorreta a la Hacienda Pública y exigir en la calle con pancartas que nos subvencionen un eficaz tratamiento para cambiar de drogas y de hábitos, pobrecitos nosotros, víctimas de la hipocresía recaudatoria que, por un lado, te posterga, aunque te recaude felizmente por el otro.
Desde el próximo 2 de enero, ni cubículos ni monsergas. En España no se fuma bajo techo público ni al aire libre circundante de hospitales y colegios. ¿Y si el viento no te permite ni encender el mechero? Que no, que no insistan, que tampoco. A menos que la falta de alquitrán y nicotina te haya derretido aún más el insano juicio, porque coincido con los antihumos que hay que estar chiflado para seguir fumando hoy en día, y te ingresen en un establecimiento psiquiátrico, que ni se te ocurra sacar del bolso un maldito pitillo. Otra posibilidad es que, harto del inquisidor de tu vecino de oficina o de edificio, llegue un nefasto día en el que ya no puedas contenerte y le eches, por fin, que ya era hora, esas nerviosas manos al cuello, en el instante en el que con una sonrisa te repite por enésima vez que ya han conseguido que se prohíba fumar en España igual que en el resto de Europa. Entonces, puede, sólo puede, porque aún no ha dado tiempo para que el Supremo haga jurisprudencia con atenuantes por enajenación mental transitoria por el mono del tabaco, que vayas derechito a la cárcel, y allí, como en un impensable oasis, también se puede seguir echando humo. Parece lógico. Por mi parte, está bien, me rindo. Tendré que acostumbrarme a no fumar fuera de casa, igual que a no salir de un túnel antes del tiempo calculado por la Dirección General de Tráfico. No se quejen, será divertido, igual que contar las milésimas de segundo en los repostajes de la Fórmula 1.
Y resulta que para una cosa que nunca hago, es decir, descargarme películas de lnternet, eso es justo lo que, de momento, no ha logrado someterse a la supervisión punitiva de las autoridades. Maldita suerte la mía. No me queda más remedio que centrarme en otras cosas que todavía me permiten. Lo primero y, dado que el periodo en el que estamos invita claramente a ello, me puedo poner hasta las cejas de alcohol, siempre y cuando luego no me dé por sentarme detrás de un volante y arrancar el motor. Porque mis pulmones importan, pero a mi hígado que le den. Así es que con las neuronas temporalmente perjudicadas por las copas de más, que esa sí que es una reconocida atenuante, me permito ir por la calle, juntarme con un grupo de colegas de juicio tan nublado como el mío, y ponernos a cantar todos a voz en grito debajo del balcón de algún incauto que pretende dormir el “Asturias Patria querida” o lo que sea que ahora se cante cuando uno camina zigzagueando. Quien lo sepa, que me escriba para soplarme el título del tema y así voy ensayando. ¡Que viva el botellón! Después, y si nadie, es decir, si yo misma con el poco cerebro que me quede, lo remedia, acabaré vomitando en algún rincón, qué digo rincón, mejor en mitad de la plaza, que de esa forma, además, me divierto con el reto de ganar en intensidad a las olorosas y resbaladizas muestras que los perros del lugar siguen dejando, sin que nadie multe con tanta severidad a los dueños que hace tiempo que olvidaron las bolsitas.
Se me ocurren bastantes más cosas, ya les contaré en que acaba todo esto. Mientras tanto, feliz navidad.
Escritora
ALICIA HUERTA es escritora, abogado y pintora
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