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CRÍTICA

Yukio Mishima: La escuela de la carne

domingo 09 de diciembre de 2012, 15:36h
Yukio Mishima: La escuela de la carne. Traducción de Carlos Rubio. Alianza. Madrid, 2012. 336 páginas. 20 €
Hay libros que se deberían leer sin saber el nombre del autor. Mejor dicho, quizá todos los libros deberían leerse así, ya que su lectura sería más neutra, sus efectos más puros, su valoración más objetiva. Les aconsejaría que leyeran La escuela de carne sin saber que es un libro de Yukio Mishima. Pero ¿cómo obviarlo? Quizá cayendo en el despiste que yo caí con él, y que me llevó a comenzar su lectura sin fijarme en la cubierta, sin saber quién era el autor de lo que leía. ¿Y cuáles fueron mis impresiones? Bien, sorprendentes.

No llegué al sexto capítulo sin resistirme a echar un vistazo al nombre del autor. Pero esos breves cinco capítulos fueron muy interesantes. En el primero, me dije “un comienzo interesante, moderno”. En el segundo, sabía que estaba ante alguien que conocía bien la cultura y sociedad japonesa y que, sin duda, era un maestro de la lengua y del ritmo narrativo. En el tercero, me preguntaba si el autor era una mujer contemporánea y quién. En el cuarto, opté por una extranjera pero, desde luego, con un profundo conocimiento de los japoneses. En el quinto, cambié de opinión y decidí que era definitivamente una mujer japonesa, con grandes conocimientos de la vida occidental, sofisticada y practicante de la romance literature anglosajona, de la “literatura sentimental”, que incluye precisas dosis de amor, sexo y conflictos, todo ello rodeado de un ambiente lujoso y sofisticado. Entonces, ya no pude resistir más, giré el libro y leí la portada: Yukio Mishima.

“Vaya, Mishima”, me dije. Lo curioso, lo interesante, es que esas impresiones respondían a las críticas que en Japón tuvo el autor en su momento: las afirmaciones de que su sensibilidad era más occidental que oriental, que era el menos japonés de su generación, que sus temas tenían un alto grado de afectación… A la vez, que su estilo era deslumbrante, y su lectura obligada. Y que además, sorprendía, chocaba y, a veces, escandalizaba.

En La escuela de la carne, Taeko, una mujer divorciada camino de la mediana edad comienza una relación con un gigoló mucho más joven que ella, Senkitchi, que trabaja de barman y ofrece sus servicios en un bar homosexual de Tokio. Taeko es sofisticada, rica, independiente y lo que menos desea es caer en ninguna red sentimental. Sin embargo, a pesar de todo, no hará sino caer en una red que ella misma ayuda a tejer. Y la teje guiada por los hilos que maneja Mishima desde la oscuridad, como si de muñecos de bunraku se tratara. El ritmo de la novela es ágil, elegante y tremendamente moderno. En algunos momentos, por debajo de la sucesión de escenas perfectamente medidas, el lector intuye un río de pasión sumergido y oscuro. Es entonces cuando se hace patente la influencia que el kabuki tiene en esta obra: el amor como fuente de alegría y dolor; la belleza como pantalla en la que en un lado se proyecta el placer y en otro el horror. La escuela vertiginosa de la carne en la que todo hombre y mujer debe graduarse.

La obra se publicó en Japón en 1964, justo después de El marinero que perdió la gracia del mar, y, en cierta manera es también una versión de la fallida Colores prohibidos de 1951. La homosexualidad de Mishima era todavía un secreto, aunque aparecía en sus obras de forma obvia o velada. Quizá por ello Senkitchi sea un ser dúplice, abocado siempre a una doble vida, a deambular entre los resbaladizos pasillos de la verdad y la mentira, de lo obvio y lo oculto. Hoy en día, la historia ha perdido parte de su capacidad de escándalo, pero su ritmo, propio de un autor de teatro, es perfectamente actual. Y el lector, que sabe que es Mishima quien le lleva de la mano, Mishima el innombrable y el loco, el fanático amante de los uniformes de diseño y del martirio de San Esteban, preferiría quizá haber seguido en la ignorancia de la autoría. Es posible que para tener el placer de ser su descubridor.

Por José Pazó Espinosa
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