El 63 Festival de Teatro Clásico de Mérida, inaugurado con una soberbia “Orestíada”, de Esquilo, bajo la dirección de José Carlos Plaza, atraviesa ahora su ecuador con el género opuesto: la comedia. En este caso, con una amplia refundición de los personajes típicos de Plauto, traídos a la sensibilidad y el gusto del público de hoy.
La comedia de las mentiras, de Plauto
Dramaturgia: Pep Anton Gómez y Sergi Pompermayer
Director de escena: Pep Anton Gómez
Escenografía: Beatriz San Juan
Intérpretes: Pepón Nieto, Paco Tous, Canco Rodríguez, Angy Fernández, Raúl Jiménez, Marta Guerras, María Barranco
Lugar de representación: Teatro Romano de Mérida
Por Rafael Fuentes Llenar hasta el último asiento del coliseo romano de Mérida, con un aforo de más de 3.000 personas, en el tramo final del 63 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, no es fácil. Menos todavía conseguir que se rían desde la primera escena, causar continuas interrupciones del público que mostraba su regocijo entre carcajadas y aplausos. Unir a un número tan altísimo de espectadores en una misma fruición por la hilaridad que va a producir la siguiente escena y salir airosos con un final eufórico, no es un logro menor. Desencadenar la risa desde el comienzo y mantenerla en un pulso ascendente durante toda una larga comedia, es un triunfo difícil que en muy pocas ocasiones se alcanza. La comedia de las mentiras lo obtuvo de forma rotunda en la noche de su estreno en el teatro emeritense.
Cierto que venía precedida por la notoriedad cosechada por El eunuco, comedia latina de Terencio, programada en el Festival del 2014, también dirigida por Pep Anton Gómez e interpretada por Pepón Nieto, con un éxito arrollador que continuó durante la temporada siguiente en los más diversos escenarios. Circunstancia que añadía expectación al estreno de esta nueva comedia de origen latino y presuponía un auténtico reto para sus promotores. Un desafío salvado de forma impecable gracias al humorismo avasallador de La comedia de las mentiras.
En los carteles que jalonan estos días las arterias principales de Mérida, ondeando como banderas al aire, se sugiere que La comedia de las mentiras es de Plauto. Una atribución incierta, ya que el célebre comediógrafo latino no escribió nunca ninguna obra con este título. En el programa de mano se puntualiza con más precisión: La comedia de las mentiras, de Pep Anton Gómez y Sergi Pompermayer, a partir de textos de Plauto. En el escrito del director de escena se especifica aún más, aclarando que la comedia procede de un paseo por tres afamadas piezas del autor latino: Pseudolus, La comedia de la olla y Miles Gloriosus. Se insinúa, pues, que La comedia de las mentiras está confeccionada entrecruzando entre sí los tres insignes títulos de Plauto.
Sin embargo, viendo la representación, se constata que esto tampoco es así. En realidad, se han extraído varios prototipos de personajes de Plauto -o con más exactitud: de las comedias de la fabula palliata, es decir, de las obras cómicas romanas con personajes y argumentos griegos-, para reelaborarlos y amoldarlos al gusto actual. La trama nada tiene que ver con Plauto, y los patrones tomados de sus comedias han sido sometidos a severas reconfiguraciones que los distancian de los modelos clásicos. Si se fuera riguroso, habría que escribir con mayor propiedad: La comedia de las mentiras, de Pep Anton Gomez y Sergi Pompermayer, lejanamente inspirada en personajes prototípicos de la fabula palliata de Plauto. Lo cual no desmerece, en modo alguno, la efectividad cómica de la pieza, muy superior a numerosas puestas en escena contemporáneas del propio Plauto.
De hecho, Pep Anton Gómez y Sergi Pompermayer poseen una solvente trayectoria en el género. El primero es autor de El gran día y ¡Mamaaá!, así como guionista de series en la TV3 catalana, director de comedias como Sexos o Mitad y mitad -de las que también es coautor-, director escénico de óperas, además de profesor del Aula de Teatro de la Universidad Pompeu Fabra. A su vez, Pompermayer es un reconocido guionista de comedias televisivas como Platos sucios o Moncloa, ¿dígame?, o dramas agridulces como Luz de guardia o New Order.
Los dos suman unas ejecutorias de extraordinaria capacidad profesional, por más que su trabajo sea más conocido en el ámbito catalán. Es interesante observar cómo han operado en torno a la obra plautina, sin reproducirla, pero conservando el efecto festivo sobre un público popular. Su estrategia ha consistido en recortar los moldes genéricos de los personajes prototípicos de la fabula palliata: el esclavo sagaz, la matrona prepotente, el hijo rico enamoradizo, la meretriz esclava, el militar glorioso… para darles una vuelta de tuerca, transfigurarlos conforme al imaginario colectivo actual y convertirlos en personajes de una serie televisiva cómica. Algo que requiere un verdadero dominio del oficio.
Lo vemos en primer término con la figura del “esclavo”, central en Pseudolus o en La comedia de la olla, origen de todos los “criados” graciosos del teatro occidental. Sobre él pivotan las distintas acciones dispersas de la obra, que quedarían deslavazadas sin su presencia. Pep Anton Gómez y Sergi Pompermayer lo transforman en un mayordomo con librea, televisivo, o cinematográfico, contemporáneo. Pepón Nieto lo encarna con una formidable vis cómica, a ritmo trepidante, que administra el compás de las carcajadas durante toda la función. Los creadores del espectáculo le han dotado de ciertas dosis de ese sirviente atónito de las comedias de Jardiel Poncela, que vale como contrapunto jocoso a los extravagantes dueños de la casa. Aunque la pasividad de este se ve trastocada aquí por la necesidad de mentir para salir de unos y otros trances, cuando sus consejos sensatos no se tienen en cuenta. La bondad de esas “mentiras piadosas” es así el leit-motiv de La comedia de las mentiras.
Un subterfugio que se emplea de forma similar al McGuffin de Alfred Hitchcock: un artificio para mantener el suspense cómico de la pieza a través de las ocurrencias que Calidoro improvisa de forma frenética para escaparse una y otra vez de situaciones difíciles. Se prescinde así del principal instrumento utilizado por los “esclavos inteligentes” de Plauto: organizar una representación dentro de la representación con el objetivo de engañar a unos amos y favorecer a otros. Esta metateatralidad ha desaparecido aquí, fomentando que Pepón Nieto parezca un personaje extraído del plasma televisivo para hacerlo caer en la dura piedra del escenario de Mérida.
La misma suerte corren los demás personajes. La meretriz Gimnasia se ha trocado en una especie de choni de concurso de telerrealidad, tan inculta como hábil para desplumar a los rijosos adinerados que beben los vientos por ella. Impagable la interpretación de Marta Guerras en esa trasmutación de la antigua cortesana esclava en actual choni de programa de televisión, donde no es difícil reconocer a ciertos adefesios en boga en los platós de hoy en día. Imposible negarle el aplauso, ni reprimir la hilaridad ante tan perfecta parodia.
El registro de la farsa se abre camino en las restantes criaturas. Cántora, por ejemplo, está construida con retales rasgados de unos y otros personajes de Plauto. Posee algo de Matrona, pero no lo es, porque encarna a una solterona amargada. Pero al mismo tiempo se le han añadido cualidades propias del Amo viejo, destacando entre ellas la avaricia. La mezcla de las dos antiguas figuras da lugar a un ama inquisitiva, sin atractivo físico, de armas tomar, codiciosa y tacaña, sagaz y puritana. La actriz María Barranco logra el milagro de dotar de unidad y sentido a tan heteróclitos atributos, construyendo una solterona reprimida y avara que termina sucumbiendo al sexo y a cierta prodigalidad con sus excéntricos sobrinos. Asimismo, un personaje, en su resultado final, tan ajeno a Plauto como Hipólita, la sobrina antipática y descaradamente borde que insulta histérica y hasta escupe cuando se enamora. Angy Fernández borda este personaje de nuevo cuño postfeminista con una energía hilarante. Una criatura, sin duda, idónea para la pequeña pantalla.
Leónidas -Raúl Jiménez- y Tíndaro, en cuya piel se mete Canco Rodríguez, se aproximan a los jóvenes amos de la comedia helena, fervientes enamorados, abiertamente lujurioso el primero y dominado por una pasión platónica el segundo. Incontenible la risa provocada por Canco Rodríguez en el papel de ese amante naïf, alelado, vestido con chaqueta vintage de presentador de programa musical en la televisión de los años ochenta, que se desmaya como una damisela cada vez que su insoportable enamorada Hipólita le pone en el más mínimo apuro.
Un soberbio elenco de actores completado por Paco Tous, encarnando a Degollus, un lejano -lejanísimo- pariente del celebérrimo “miles gloriosus” de Plauto. Degollus solo comparte con él su profesión de militar. Frente a su antecesor romano, Degollus no es narcisista, ni se cree bello, ni fabula hazañas quiméricas, ni sucumbe a la adulación disparatada de los parásitos. Muy lejos de Pirgopolinices, el militar fanfarrón plautino, Degollus posee algo de suboficial de República bananera y otro tanto de un Tejero entrando en el Parlamento que hubiera cambiado su tricornio por una gorra de plato. Su furor es auténtico, pistola en mano está dispuesto a llevarse por delante a quien sea con tal de recuperar a la prostituta Gimnasia. Pero cuando se disipa su cólera, deja aflorar a un festivo inmaduro que huye a refugiarse en el ejército para no hacer frente a sus compromisos sentimentales. Bajo su uniforme y correajes marciales, Paco Tous da vida, en realidad, a uno de esos contemporáneos adultos aquejados del “Complejo de Peter Pan” con su aversión patológica a las obligaciones y responsabilidades, tan propio del mundo de hoy.
Interesantísima la operación de ambos dramaturgos para dar la vuelta como a un guante a los personajes de Plauto, hasta rediseñarlos como figuras características del actual plasma televisivo. Se anulan los factores dramáticos de la Comedia nueva latina, como el ansia de libertad, la lucha de clases, los conflictos entre generaciones o las guerras matrimoniales. Solo
esparcimiento en estado puro. El humor solo por el gusto del humor. Asegurada la diversión y la inocente risa popular.