La nueva novela de Ian McEwan (Aldershot, Reino Unido, 1948) era uno de los títulos de la rentrèe que se esperaba con mayor impaciencia. Ian McEwan forma parte de una generación de escritores británicos donde la brillantez ha extendido su manto por varios de sus miembros -Julian Barnes, el Premio Nobel Kazuo Ishiguro, Martin Amis…-, calificados por su editor en España, Jorge Herralde, como el british dream team. Brillantez, sin duda, acompañada de unos planteamientos audaces y nada acomodaticios con una literatura de usar y tirar. Muy al contrario, nos sumergen en cuestiones de gran calado, lo que no significa que resulte una literatura plomiza. Todos tienen gran habilidad para armar unas tramas que enganchen.
La anterior novela de McEwan aparecida en nuestro país, en 2017, fue Cáscara de nuez, una sorprendente historia, en la que la voz narradora es un feto que Trudy lleva en sus entrañas. Trudy, casada con el editor y poeta John y amante de su cuñado Claude, ha planeado con éste el asesinato de su esposo, cuya muerte le proporcionaría a la viuda una apetecible mansión valorada en más de ocho millones de libras. Comedia negra, con un toque de thriller, la obra era también un singular homenaje a Hamlet, de Shakespeare, que también asoma en Máquinas como yo con el guiño del nombre, Miranda -recuérdese en personaje de La tempestad shakesperiana-, vecina del protagonista, Charlie, con el que mantiene una curiosa relación sentimental. Relación que se convertirá en más extraña cuando entre en el juego Adán, un robot prácticamente humano, “un triunfo de la ingeniería y del diseño de software: una loa a la inventiva humana”. Un Adán dotado de una percepción que parece escapársele a Charlie, al que desde el principio advierte, ante de su incredulidad, de que no ha de confiar en Miranda: “De acuerdo con mis investigaciones de estos últimos segundos y de mis análisis ulteriores, deberías tener mucho cuidado con fiarte de ella totalmente. Existe la posibilidad de que sea una mentirosa. Una mentirosa sistemática, maliciosa”.
En Máquinas como yo, aunque con ecos sobre todo de la célebre película Blade Runner -basada en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick-, y sus turbadores replicantes, McEwan da una vuelta de tuerca a la ciencia-ficción. Nos traslada al Londres de los años ochenta del pasado siglo, en una ucronía donde algunos hechos se presentan de manera alternativa a como sucedieron en la realidad. Así, por ejemplo, Reino Unido fue derrotado en la guerra de las Malvinas y, lo más relevante para esta novela, el famoso científico Alan Turing, que descifró los códigos nazis durante la Segunda Guerra Mundial, no se ha suicidado tras el juicio por homosexualidad al que se le sometió en la década de los cincuenta. En la propuesta de McEwan, Turing no solo está vivo sino que en el campo de la inteligencia artificial, del que fue gran experto, ha conseguido crear seres humanos sintéticos llamados genéricamente Adán y Eva, según su sexo.
Charlie Friend, protagonista y narrador en primera persona de Máquinas como yo, después de varios fracasos profesionales, económicos y personales, y en un momento en el que, nos confiesa, “estaba en el proceso de rehacerme a mí mismo”, toma la extraña decisión de gastarse las casi noventa mil libras de una herencia en comprar uno de ellos. Al haberse agotado las Evas, adquiere un Adán que le ayudará con diligencia y eficacia en las tareas domésticas y le hará compañía. Pero no solo esto. Adán va ocupando cada vez más espacio en su vida, y en la de Miranda, hasta llegar al sorprendente final que nos sirve McEwan.
Naturalmente, como es marca del autor británico, se pone sobre la mesa una serie de interrogantes y dilemas morales y no únicamente en torno al asunto, tan debatido hoy, de las posibilidades y límites de la robótica y la inteligencia artificial. Máquinas como yo bucea en la complejidad y los recovecos que anidan en el corazón de hombres y mujeres, de los que en ocasiones no somos conscientes hasta que se produce un acontecimiento inesperado, como en este caso la compra de Adán.
Desde que Ian McEwan se dio a conocer en 1975 con el libro de relatos Primer amor, últimos ritos -premio Somerset Maugham-, ha llamado positivamente la atención de crítica y lectores. En su haber tiene novelas como El inocente, Los perros negros, Amor perdurable, Ámsterdam, la especialmente fascinante y multipremiada Expiación -llevada al cine en 2007 por Joe Wright-, y La ley del menor, entre otras. Y escritas con “una prosa, siempre controlada, cuidadosa y poderosamente concisa”, como bien la caracterizó la también escritora Zadie Smith.