José Luis López Vázquez era un actor formado en la mejor escuela: el escenario. No hay escuela de cómicos donde se aprenda tanto como se puede aprender de los grandes actores sobre un escenario. Máxime cuando a los pocos grandes que perduran no les dan opción de transmitir sus sabidurías como se hacía en los primeros años de la Real Escuela de Declamación. Ni el “Actor’s Studio” ni profesor alguno, atiborrando a los alumnos de teoría, sería capaz de formar un López Vázquez en unos cuantos cursos, por muy universitarios que sean. Los seis minutos en solitario del padre Abilio, hasta la aparición de su antagonista, el malogrado Ovidi Montllor, supusieron, a juicio de muchos, el cenit en la carrera del actor a quien algunos –los del cine, claro- apellidaron “cómico”. López Vázquez era un actor sin otro apelativo que el de “gran”; cómico o dramático… ¡era actor!
Ha protagonizado su último papel; ya no necesitará más guiones menores que no merecieron ser protagonizados por un actor de la talla de López Vázquez. El teatro que tanto le echará en falta, debió evitar con generosidad la participación del actor en algunos títulos menores de pobre contenido y baja calidad. Me cabe el honor de haber brindado a López Vázquez la mayor suma que el teatro había ofrecido, hasta entonces, a un actor español. Mi aplauso y mi voto al primer premio de la vida.
